domingo, 28 de agosto de 2011
miércoles, 24 de agosto de 2011
miércoles, 17 de agosto de 2011
viernes, 12 de agosto de 2011
Hachazos: libro y película
El libro y la película de Andrés Di Tella recorren la producción visual de un referente obligado: Claudio Caldini, mítico viajero hipnótico y creador de verdaderos relámpagos visuales. Hoy miércoles se presenta el libro y mañana se estrena el film en MALBA y Gaumont.
Por Diego Trerotola
“Cuando escuché el sonido de los tamburas, en Within You Without You de Sgt. Pepper’s, cuando George Harrison transformó a los Beatles en una banda anónima de músicos indios, eso fue una revelación absoluta, que me quedó para toda la vida”, le cuenta Claudio Caldini en el potente libro que Andrés Di Tella le dedica, y no suena raro que la primera canción del lado b de ese disco rupturista de los Beatles haya calado tan profundo en Caldini, que de alguna manera extraña incluso haya sido casi una banda sonora de su biografía. De hecho, ¿ser un cineasta experimental no le da un sentido de pertenencia al lado b de la historia del cine, a ese club de corazones solitarios del que hablan los Beatles? Si es verdad que, a esta altura muchas caras podrían sumarse a las más de setenta que adornan la tapa de Sgt. Pepper’s, la de Caldini tendría un lugar prioritario por llevar hasta las últimas consecuencias su particular beatlemanía hinduista, llegando a formar una banda de música hindú, pero también visitando recurrentemente la India como una forma de su espiritualidad poética que desencadenó su cine solitario. Y Di Tella en Hachazos, título que comparten su libro y su documental, logra doblemente que Caldini cuente, por primera vez públicamente, sus viajes luminosos, traumáticos y cinematográficos por ese país asiático. Como biografías cruzadas por el cine y por ese país asiático (la madre de Di Tella nació en la ciudad india de Madrás), Hachazos es una intersección entre Caldini y Di Tella, dos recorridos donde el el azar marca desencuentros pero también una sinergia vital, como esa cooperación en 1976 que marca el encuentro entre ambos, en la performance Autogeografía de Marta Minujín (Caldini registrando en Super 8 y Di Tella echando tierra sobre la artista en bikini).
Poco tiempo antes de ese encuentro, Caldini había viajado por primera vez a la India, buscando el sonido específico de una canción beatle, y en una parada en Barcelona registró en Super 8 su visita al Parc Güell, retratando su recorrido sincopado en su corto más influyente, Film Gaudí, que terminó siendo la “primera piedra en la edificación de su obra futura”, como escribe Di Tella. El Super 8 se había popularizado en los setenta como formato amateur y casero, para registro de vacaciones y viajes, principalmente gracias a ser una cámara portátil, fácil de manejar. Caldini también registró sus viajes, no sólo espaciales sino mentales, para hacer de ese formato un arma cargada de futuro, ejercitando una mirada de “ojos caleidoscópicos”, como a los que le cantan Los Beatles en Lucy in the Sky with Diamonds. Los espacios deshabitados del Parc Güell se convierten en remolinos, en mantras visuales, en un tour intermitente entre vértigo y contemplación: un ritmo propio cruza la obra experimental de Caldini.
Ese primer viaje lo lleva hacia una sensibilidad primitiva, esencial, como si el cine empezara de nuevo, pero en otra dirección. En Hachazos, libro y película, Di Tella propone como punto de partida una misma imagen viajera: “Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el suburbio oeste de Buenos Aires. Son los originales de sus películas, todas en Super 8, un formato obsoleto, en vías de extinción, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía”. No sólo hay una idea de obra en movimiento, nómade, esencial para entender el cine de Caldini, sino que también parece volver a una escena germinal de la historia del cine: el tren de los hermanos Lumière, esa locomotora que fundó el potencial del lenguaje audiovisual, ahora reconducida por Caldini para recuperar su prístina intensidad, y para desviarla por otros carriles, más personales, más impensados. El ojo libertario de su obra tal vez llegue a una eclosión en otro viaje a India en 1979, en parte escapando de la dictadura militar, y también tratando de completar la experiencia de su relación con el hinduismo. Y ahí aparece de nuevo el tren, como le relata a Di Tella, cuando Caldini tuvo una revelación mientras viajaba para hacer un retiro espiritual al pie del Himalaya. “Me di cuenta de que estaba teniendo alucinaciones. Imaginate lo que era eso, estar en un tren en la India, repleto de gente que sube y baja, que duerme y que come, sin entender lo que dice nadie… Ya era una especie de experiencia alucinatoria en sí misma, ¡y encima tener alucinaciones! La alucinación más grave que tuve fue, justamente, que el sol caía sobre la Tierra… ¡y que yo tenía la culpa!”, recuerda en el libro, pero también en la película, y mientras relata su demencia se ven imágenes de unos atardeceres que filmó a toda velocidad, donde el cielo parece quemarse como si efectivamente el sol explotara desapareciendo en la oscuridad para siempre. No es parte de su locura, es verdad: Caldini es culpable de que el sol se estrelle contra la Tierra, y de ese colapso, de esa colisión, son producto sus películas alucinatorias, cortos que filma en soledad para compartir esas visiones, esos oasis en su viaje, que sólo son posibles iluminados por sus retinas. Di Tella le dedica todo un capítulo a Heliografía que, para la mayoría de los pocos conocedores de la obra de Caldini, es su logro más inspirado: filmado en 1991, durante el último regreso de cineasta a India, imágenes y sonidos dilatan un viaje en bicicleta, un simple tránsito de segundos expandido a minutos, donde se ve principalmente la sombra del andar proyectada por el sol. Una vez más, Caldini recrea el accidente: la velocidad de luz estalla sobre la Tierra para producir la distorsión expansiva de nuestros sentidos de realidad y de belleza. Hachazos no es sólo un libro y una película, también es el título de una nueva apuesta por el “cine en vivo” de Caldini, quien con cinco proyectores desencadena el prisma hipnótico donde el accidente de la luz sobre el paisaje es una ruta lúcida que en cada flash, en cada relampagueo en la pantalla, hace que la poesía cosquillee: la mística de la imagen titila con un estilo rítmico que parece posibilitar el milagro de ver la música de la luz.
Hachazos. (Caja Negra)
Presentación del libro a cargo de Ricardo Piglia más performance/proyección en formatos múltiples a cargo de Andrés Di Tella y Claudio Caldini. Miércoles 10 de agosto a las 19 en Fundación Telefónica, Arenales 1540.
Estreno Hachazos: Jueves 11. Salas Gaumont y MALBA.
Publicado por Los Inrockuptibles
Hachazos en Fundación Telefónica
jueves, 11 de agosto de 2011
HACHAZOS PARECE UN CUERPO QUE RESPIRA
Jueves, 11 de agosto de 2011
CINE › HACHAZOS PARECE UN CUERPO QUE RESPIRA
Un organismo vivo
La línea maestra del film es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero a quien se teme quebrar.
Por Horacio Bernades
Descartada por demasiado literal la opción del documental sobre leñadores chaqueños, el título de la nueva película de Andrés Di Tella puede llevar a imaginar un film hecho de cortes secos y brutales, en el que cualquier prolijidad habrá cedido su lugar a una violencia de las formas. No hay nada de eso en Hachazos y de hecho no es fácil advertir por qué Di Tella le puso ese título a su opus 7 en el largometraje, presentado en abril pasado en el Bafici y estrenándose ahora en el Gaumont y malba.cine. Hachazos tiene un protagonista y ese protagonista es un verdadero personaje. Se trata de Claudio Caldini, mítico prócer del cine experimental en la Argentina. Tras una época de oro en los ’70, de Caldini se supo poco y nada, de tal modo que Di Tella, que lo tiene por un maestro, partió en busca de su sombra un tiempo atrás. Pero no para develar qué había detrás de esa sombra, como lo haría un documental crasamente periodístico, sino para internarse en ella.
Si algún corte abrupto hay en Hachazos, son los que el propio Caldini parece haberse dado a sí mismo en el curso de su vida, hasta fragmentarse en mil pedazos. Pedazos que Hachazos reconstruye, pero como sin proponérselo. La película tiene un tono casual que es muy Di Tella. En algún momento de Hachazos, conectando con el formato de diario personal que el realizador viene cultivando –desde antes incluso que las notoriamente “en primera persona” La televisión y yo y Fotografías–, Di Tella cuenta cómo y cuándo conoció a Caldini. Fue en 1976, poco después de marzo y a propósito del rodaje de un corto en el que Marta Minujin era enterrada a paladas, en bikini. Los títulos finales, rustiquísimos cartelitos hechos a mano, consignan a un Di Tella menos que veinteañero como uno de los que paleaba desde fuera de cuadro. Pero el cartel no dice “Palean”, sino “Arrojan la barbarie”. La relación entre el arte de vanguardia y la política en la Argentina de las últimas décadas es una de las líneas (línea tangente, quebrada, de trazo casi al agua, como todas las de la película) que Hachazos desarrolla.
Pero la línea maestra es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero se teme quebrar. Tomando algún mate en la quinta de Moreno donde trabaja como cuidador, Caldini cuenta que tenía un miedo pánico de quebrarse, allá en los ’70, cuando la cosa empezó a cobrar temperatura, cuerpos y vidas en Argentina. Se quebró en la India, donde había huido durante la dictadura, buscando seguramente alguna clase de salida espiritual (el documental no lo dice, pero quien va a la India no va en busca de chicas, playa o trabajo) al brete en el que se hallaban, él y el país. Caldini tuvo un brote, tuvieron que internarlo en Nueva Delhi, no sabía quién era ni cómo se llamaba. “Por qué mi nombre no soy yo”, canta Javier Martínez, pero no durante el relato de Caldini: Hachazos no redunda, asocia.
“Encima, por un error de lectura de mi DNI, los médicos me llamaban Edmondo, y yo no sabía quién era ese tipo”, recuerda Caldini. No hay película de Di Tella que no tenga humor. Aunque esta vez sean apenas hachazos sueltos: el largo, circunspecto, apenas cicatrizado Caldini no es el chistoso Torcuato Di Tella de La televisión y yo o la exuberante protagonista de Montoneros, una historia. “Cuando volví estuve mucho tiempo sin trabajo, llegué a vivir en treinta y seis lugares distintos en poco tiempos”, cuenta Caldini, cuyo exilio de sí mismo el trabajo de quintero parece haber empezado a suturar. “Porque hoy nací”, canta ahora Javier Martínez. Imposible saber con certeza hasta qué punto a Caldini le pasa lo mismo. Di Tella no lo fuerza a ninguna clase de confesión, juego de la verdad o catarsis. Hachazos no es una investigación, es un diálogo. Como parte de ese diálogo, el personaje hasta puede resistirse a hacer lo que el director le pide. Al final (no por nada la imagen de una mudanza, un viaje, un tránsito), Caldini sigue siendo un enigma.
Si los films de Di Tella suelen caracterizarse por un modo de representación que por la ausencia de asertividad podría definirse como “tentativo”, Hachazos es, posiblemente, la consumación de ese modo. Nunca se sabe bien a dónde va y uno simplemente se deja llevar por sus largos y cadenciosos planos secuencia, que parecen marcar el tiempo de una espera, un pausado ritual de (re)conocimiento. Planos llenos de aire, seguidos de otro plano que es siempre una incerteza. Más que una película, un cuerpo que respira, que piensa en voz alta. Un organismo vivo.
HACHAZOS
Argentina, 2011.
Dirección: Andrés Di Tella.
Guión: Andrés Di Tella, con colaboración de Darío Schvarstein.
Fotografía: Guillermo Ueno.
Montaje: Felipe Guerrero.
Producción: Marcelo Céspedes para Cine-Ojo.
Estreno en cines Gaumont y malba.cine.
Publicado en Página 12
CINE › HACHAZOS PARECE UN CUERPO QUE RESPIRA
Un organismo vivo
La línea maestra del film es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero a quien se teme quebrar.
Por Horacio Bernades
Descartada por demasiado literal la opción del documental sobre leñadores chaqueños, el título de la nueva película de Andrés Di Tella puede llevar a imaginar un film hecho de cortes secos y brutales, en el que cualquier prolijidad habrá cedido su lugar a una violencia de las formas. No hay nada de eso en Hachazos y de hecho no es fácil advertir por qué Di Tella le puso ese título a su opus 7 en el largometraje, presentado en abril pasado en el Bafici y estrenándose ahora en el Gaumont y malba.cine. Hachazos tiene un protagonista y ese protagonista es un verdadero personaje. Se trata de Claudio Caldini, mítico prócer del cine experimental en la Argentina. Tras una época de oro en los ’70, de Caldini se supo poco y nada, de tal modo que Di Tella, que lo tiene por un maestro, partió en busca de su sombra un tiempo atrás. Pero no para develar qué había detrás de esa sombra, como lo haría un documental crasamente periodístico, sino para internarse en ella.
Si algún corte abrupto hay en Hachazos, son los que el propio Caldini parece haberse dado a sí mismo en el curso de su vida, hasta fragmentarse en mil pedazos. Pedazos que Hachazos reconstruye, pero como sin proponérselo. La película tiene un tono casual que es muy Di Tella. En algún momento de Hachazos, conectando con el formato de diario personal que el realizador viene cultivando –desde antes incluso que las notoriamente “en primera persona” La televisión y yo y Fotografías–, Di Tella cuenta cómo y cuándo conoció a Caldini. Fue en 1976, poco después de marzo y a propósito del rodaje de un corto en el que Marta Minujin era enterrada a paladas, en bikini. Los títulos finales, rustiquísimos cartelitos hechos a mano, consignan a un Di Tella menos que veinteañero como uno de los que paleaba desde fuera de cuadro. Pero el cartel no dice “Palean”, sino “Arrojan la barbarie”. La relación entre el arte de vanguardia y la política en la Argentina de las últimas décadas es una de las líneas (línea tangente, quebrada, de trazo casi al agua, como todas las de la película) que Hachazos desarrolla.
Pero la línea maestra es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero se teme quebrar. Tomando algún mate en la quinta de Moreno donde trabaja como cuidador, Caldini cuenta que tenía un miedo pánico de quebrarse, allá en los ’70, cuando la cosa empezó a cobrar temperatura, cuerpos y vidas en Argentina. Se quebró en la India, donde había huido durante la dictadura, buscando seguramente alguna clase de salida espiritual (el documental no lo dice, pero quien va a la India no va en busca de chicas, playa o trabajo) al brete en el que se hallaban, él y el país. Caldini tuvo un brote, tuvieron que internarlo en Nueva Delhi, no sabía quién era ni cómo se llamaba. “Por qué mi nombre no soy yo”, canta Javier Martínez, pero no durante el relato de Caldini: Hachazos no redunda, asocia.
“Encima, por un error de lectura de mi DNI, los médicos me llamaban Edmondo, y yo no sabía quién era ese tipo”, recuerda Caldini. No hay película de Di Tella que no tenga humor. Aunque esta vez sean apenas hachazos sueltos: el largo, circunspecto, apenas cicatrizado Caldini no es el chistoso Torcuato Di Tella de La televisión y yo o la exuberante protagonista de Montoneros, una historia. “Cuando volví estuve mucho tiempo sin trabajo, llegué a vivir en treinta y seis lugares distintos en poco tiempos”, cuenta Caldini, cuyo exilio de sí mismo el trabajo de quintero parece haber empezado a suturar. “Porque hoy nací”, canta ahora Javier Martínez. Imposible saber con certeza hasta qué punto a Caldini le pasa lo mismo. Di Tella no lo fuerza a ninguna clase de confesión, juego de la verdad o catarsis. Hachazos no es una investigación, es un diálogo. Como parte de ese diálogo, el personaje hasta puede resistirse a hacer lo que el director le pide. Al final (no por nada la imagen de una mudanza, un viaje, un tránsito), Caldini sigue siendo un enigma.
Si los films de Di Tella suelen caracterizarse por un modo de representación que por la ausencia de asertividad podría definirse como “tentativo”, Hachazos es, posiblemente, la consumación de ese modo. Nunca se sabe bien a dónde va y uno simplemente se deja llevar por sus largos y cadenciosos planos secuencia, que parecen marcar el tiempo de una espera, un pausado ritual de (re)conocimiento. Planos llenos de aire, seguidos de otro plano que es siempre una incerteza. Más que una película, un cuerpo que respira, que piensa en voz alta. Un organismo vivo.
HACHAZOS
Argentina, 2011.
Dirección: Andrés Di Tella.
Guión: Andrés Di Tella, con colaboración de Darío Schvarstein.
Fotografía: Guillermo Ueno.
Montaje: Felipe Guerrero.
Producción: Marcelo Céspedes para Cine-Ojo.
Estreno en cines Gaumont y malba.cine.
Publicado en Página 12
Estreno Hachazos
Jueves, 11 de agosto de 2011
CINE › ANDRES DI TELLA PRESENTA SU FILM HACHAZOS, SOBRE EL LEGENDARIO CINEASTA EXPERIMENTAL CLAUDIO CALDINI
“El es como uno de esos viejos sabios de la tribu”
Fruto de un prolongado trabajo de acercamiento a su vida y su obra, que también derivó en un libro, el director de Montoneros, una historia y Fotografías se internó en la intimidad de un personaje fascinante, marcado a fuego por la década del ’70.
Por Oscar Ranzani
En 1976, con diecisiete años, Andrés Di Tella conoció al enigmático director de cine experimental Claudio Caldini. Fue de una manera que nunca más olvidaría. Su madre era amiga de Marta Minujín y la legendaria artista plástica le comentó que precisaba un joven para actuar en una performance que Caldini iba a filmar. Minujín iba a protagonizar un autoentierro. “Me acuerdo de que era invierno y ella estaba en bikini en la terraza como tomando sol y yo le tenía que tirar paladas de tierra mientras Caldini filmaba”, recuerda Di Tella acerca de este experimento que, mirado a la distancia, se puede relacionar con el clima que se vivía en aquellos años con la dictadura haciendo desaparecer cadáveres. “Yo en ese momento no tenía idea si eso estaba relacionado. Sabía perfectamente lo que estaba pasando en el país. Pero no asocié. Después, pensándolo, tiene connotaciones obvias”, confiesa Di Tella en la entrevista con Página/12. “Pero el arte, a veces, es así: tiene una especie de electricidad que está en el aire, como un pararrayos, y baja eso. No es casualidad que en esos años se enterraban cuerpos anónimos todos los días. Ahora, para nosotros la relación es obvia. En ese momento, por ahí era algo que nadie quería estar pensando”, agrega el director.
A Di Tella siempre le quedó el recuerdo de Caldini. Y cuando se aprestaba a realizar Fotografías, el documental sobre su madre (de origen hindú), decidió conocerlo más. Como Di Tella tenía intenciones de viajar a la India –que finalmente concretó para ese documental– y sabía que Caldini había estado por allí, huyendo de los horrores de la dictadura, decidió rastrearlo para conocer su experiencia. “Había tenido un shock muy grande en la India. Yo quería saber qué le había pasado. Fui a verlo y en ese momento él no me pudo contar gran cosa. Me dijo que la experiencia lo sobrepasó y hasta ahí llegó”, relata Di Tella. Tiempo después, el fotógrafo Guillermo Bueno le comentó a Di Tella que iba a comenzar un curso de cine que dictaba un tal... Caldini, y que iba a exponer películas de los años ’30 de cine experimental. “Además de todo lo que Caldini significa como cineasta, yo sentí que también era una especie de portador de una tradición medio hermética, casi ocultista del cine experimental”, explica Di Tella. “Tuve la sensación de que Caldini era como esos viejos sabios de la tribu que llevan una sabiduría especial que sólo ellos tienen. Incluso, hay una frase que dice: ‘Cuando muere un anciano en alguna aldea lejana es como si se incendiara una biblioteca’. Entonces, sentí eso con Caldini”, admite el director de Montoneros, una historia.
Como la intriga podía más, Di Tella fue a verlo nuevamente. Desde entonces, ambos comenzaron a reunirse todas las semanas a charlar y cuando Di Tella llegaba a su casa escribía todas sus impresiones en un pequeño cuaderno. Después, eso se convirtió en el boceto de un libro, que finalmente se presentó ayer. Di Tella pensaba solamente escribir un libro pero no hacer una película, porque le resultaba un tanto extraño hacer un film sobre otro cineasta. Hasta que habló con su amigo y colega Martín Rejtman, quien lo convenció de que también podía hacer un film. Y así nació Hachazos, un documental alejado totalmente de los convencionalismos, en el que Di Tella va tras los misterios de Caldini y presenta públicamente a un director secreto y olvidado, único en el medio. Sin llegar a ser una biografía, el film se compone de encuentros entre ambos, diálogos y proyecciones del material de Caldini que no hacen más que mostrar a un personaje muy enigmático, que hace cine sin recursos y, tal vez, no apto para espectadores con preconceptos. Con producción de Marcelo Céspedes para Cine-Ojo, Hachazos se estrena hoy en la cartelera porteña.
–¿La idea fue establecer un recorrido por parte de la vida de Caldini, pero no pensando en grandes acontecimientos sino más bien en aspectos cotidianos?
–Podría ser. Gracias a que había escrito el libro, no pensé en contar la vida de Caldini, porque eso estaba más contado en el libro. Es medio raro porque es una mezcla de diario, ensayo, biografía, relato. Pero cuenta la vida de Caldini. Entonces, me pareció que la película era finalmente el encuentro entre dos cineastas. Quería ver cómo filmaba él y cómo concebía el cine. Y cómo se relacionaba eso con mi propia manera de concebir el cine. Y eso está reflejado en la película.
–El film combina diálogos preparados con escenas espontáneas. ¿Por qué lo pensó de esta manera?
–Yo digo que no es exactamente un documental sobre Claudio Caldini, sino que es una película con Claudio Caldini. No en el sentido con que se habla cuando es con un actor, sino que fue hecha, de algún modo, en colaboración. Y no sólo en colaboración sino también en tensión y peleas entre dos concepciones distintas. Por ahí, yo estoy en una cosa más de la narrativa, el testimonio, la historia de vida. Y él está más en la contemplación, en la síntesis, en una especie de economía de medios. El filma solo, yo lo hago en equipo. O sea, hay muchos contrastes. Me interesaba plantearlo así. Y lo primero que hicimos fue ver cómo hizo algunas de sus películas. Y él, en vez de contarme, me decía: “Vamos a hacer una”. Hicimos intentos, algunos más logrados que otros, pero fue un punto de partida.
–¿Y cuánto de la película se construyó en el mismo momento de filmarla y cuánto de lo filmado estaba guionado?
–Todo se construyó día a día. Yo me instalaba una semana en la quinta que él cuidaba, ya que era el casero. Yo trataba de no tener un plan. Tenía ideas, porque es inevitable. Y tenía escrito una buena parte del libro. Pero no era el guión. Entonces, mi objetivo era hacer estas reconstrucciones y llegar a tener conversaciones con él a partir de sus películas. El me proyectó todas sus películas. Y después de cada proyección, nos poníamos a conversar. Al principio, era muy resistente porque es una persona bastante hermética. Costó, pero fue entrando en confianza, y también habíamos tenido todas esas reuniones para escribir el libro. Se daba esa magia que cuando terminábamos cada proyección nos poníamos a hablar en la oscuridad. Y ese clima lo dejé porque me parecía interesante. Eso también tiene que ver con el misterio de Caldini y, en el fondo, el misterio de cualquier persona. También uno se pregunta: “¿Cuánto sé de esta persona? Por un lado, sé un montón después de haber visto las películas, pero, por otro, ¿cuánto sé realmente?”.
–Recién señalaba algunos contrastes, pero, ¿con qué se identifica de la manera de hacer cine de Caldini?
–La frase “filmar como se vive, vivir como se filma”, que yo anoté en mi cuaderno y que aparece al final de la película, tiene que ver con eso. Esa idea de llevar hasta las últimas consecuencias una idea de un cine que, aparentemente, va a contrapelo. Durante muchos años, nadie quería ver las películas de Caldini. Sufrió desde la indiferencia hasta directamente agresiones por hacer el cine que hacía. Y él siguió y siguió. Cuando no lo pudo hacer durante unos años, se dedicó a otra cosa. Y ahora volvió. Hay algo de esa persistencia, de pagar el precio que sea por plasmar tu visión. Hay algo del artista romántico en él que me pega y me motiva. Y salvando las distancias, creo que yo también estoy en un camino propio. Entonces, lo tomo a él como alguien que hizo ese camino y no murió en el intento.
–¿Cree que es un artista olvidado o él prefirió el anonimato?
–Es una mezcla de las dos cosas. Fue alguien que no se preocupó por difundir su obra, pero es alguien que también fue ignorado. Como fue todo ese cine de súper 8. También es un formato muy particular que no permite copias. Entonces, prácticamente para ver las películas de Caldini, las tiene que proyectar él. Y Caldini ha hecho ahora algo con eso. Hace proyecciones múltiples. El lo llama cine en vivo, que me parece muy interesante como concepto. Está pasando en ese momento. Y Caldini y el cine de Caldini también me hacen pensar en qué momento se produce eso que llamamos cine. ¿Es cuando uno lo filma? ¿Cuando uno lo proyecta? ¿O es simplemente en la cabeza del que lo está viviendo? Y la verdad es que son películas de una belleza asombrosa. Caldini es un gran cineasta. Y me parece que hay cierta pereza o convencionalismos de la crítica de que, si no es un largometraje que se estrena los jueves, no es cine.
–En un momento, Caldini dice que cuando mejor filma es cuando no piensa. ¿Cree que esa frase lo define como un cineasta único?
–Sí. En la película, yo estoy tratando de preguntarle qué es lo que pasa por la cabeza de él mientras filma y él dice esa frase. Y yo me quedo pensando. Y puse un plano de mí callado. Y me parece que justamente es una forma de despojarse de los convencionalismos, de los preconceptos y dejar que aflore cierta relación entre el ojo, la cámara, lo que estás filmando y la improvisación. En ese sentido, Hachazos termina con mi frase: “Creo que mi próxima película va a ser diferente”. Todo el encuentro con Caldini me motivó mucho y me hizo pensar mucho en la imagen. De hecho, creo que esta película ya es diferente a las anteriores. Es decir, el trabajo con la imagen y el tiempo es distinto al de las anteriores. O sea que esa frase que yo pongo al final de Hachazos es, de algún modo, retrospectiva de esta película. Hachazos ya es diferente por el encuentro con Caldini.
–¿El de Caldini es un cine en estado puro?
–En algún sentido, sí. Creo que mi cine, en ese sentido, es lo contrario: es híbrido, totalmente mezclado con la literatura, la investigación, hasta la historia. Siempre me interesa cómo un destino individual se cruza con la historia, lo personal con lo político. Pasa eso en Montoneros, una historia, Fotografías, incluso en ésta porque Caldini también está cruzado por la historia: por la dictadura, los años ’70. El no fue un militante, pero su vida fue muy afectada por la dictadura. Casi se podría decir que su personalidad entró en estallido por la opresión que se vivía en esos años y la necesidad de escapar e irse a cualquier lado en busca también de una utopía, porque los años ’70 no eran sólo la idea de la militancia política sino que estaban pasando muchas cosas en la Argentina. Y creo que tiene que ver con la búsqueda de la utopía espiritual, la liberación, modos de vida alternativos. Entonces, me parece que Caldini es eso. Pero cuando Caldini hace cine no está pensando en todas esas cosas. Yo creo que igual sus películas reflejan la época. Y si de cada una de ellas, uno sabe en qué momento la filmó y cuál era su circunstancia, son autobiográficas. Y eso es un poco lo que explicito más en el libro que en la película.
–¿Por qué cree que la obra es la vida del artista?
–No es que crea eso, sino que me parece que en ciertos artistas, su vida también es como una obra. Para mí, el caso de Caldini es ejemplar. Y me parece que, en el fondo, la película trata de eso: cómo una persona que no transa con nada ni nadie se queda sola en buena medida, pero logra hacer lo que se propone, cueste lo que cueste. Y creo que Caldini pagó un precio alto. Hasta perder la razón por enfrentarse con la indiferencia y la hostilidad y seguir haciendo su cine. Nunca intentó hacer otra cosa. En parte, Hachazos es un documental porque Caldini es real pero, a la vez, la película es como una leyenda. Y lo que propone al espectador es entrar en un viaje, compartir esa especie de parábola del artista que no concede nada y sigue con su visión hasta las últimas consecuencias.
–¿Y cómo influyó la vida errante de Caldini en su obra?
–Yo creo que todas sus películas tratan sobre lo efímero, sobre las cosas que se nos escapan de las manos. Por ejemplo, una de las últimas que hizo y que muestra al final de Hachazos se llama Lux Taal. En realidad, son dos palabras que él encontró en chapas de autos. Y después le agregó una “a” a “Tal”, porque pensó que “Lux” es “luz” (en latín), y “Taal” es “ritmo” en sánscrito. Todo esto por ver las patentes de los autos. Esos dos elementos hablan mucho de la mente de Caldini. Es un corto que lo hizo con tres rollitos en el formato Single Eight, que es como el súper 8, pero un poco diferente. Cada rollo dura tres minutos. Y durante varios años, filmó con esos rollos de una forma muy económica. Y condensó en esa película seis años de su vida y su relación con la naturaleza. Es impresionante. Y son fotogramas que se escapan, que son casi imperceptibles y de una belleza conmovedora.
Publicado en Página 12
CINE › ANDRES DI TELLA PRESENTA SU FILM HACHAZOS, SOBRE EL LEGENDARIO CINEASTA EXPERIMENTAL CLAUDIO CALDINI
“El es como uno de esos viejos sabios de la tribu”
Fruto de un prolongado trabajo de acercamiento a su vida y su obra, que también derivó en un libro, el director de Montoneros, una historia y Fotografías se internó en la intimidad de un personaje fascinante, marcado a fuego por la década del ’70.
Por Oscar Ranzani
En 1976, con diecisiete años, Andrés Di Tella conoció al enigmático director de cine experimental Claudio Caldini. Fue de una manera que nunca más olvidaría. Su madre era amiga de Marta Minujín y la legendaria artista plástica le comentó que precisaba un joven para actuar en una performance que Caldini iba a filmar. Minujín iba a protagonizar un autoentierro. “Me acuerdo de que era invierno y ella estaba en bikini en la terraza como tomando sol y yo le tenía que tirar paladas de tierra mientras Caldini filmaba”, recuerda Di Tella acerca de este experimento que, mirado a la distancia, se puede relacionar con el clima que se vivía en aquellos años con la dictadura haciendo desaparecer cadáveres. “Yo en ese momento no tenía idea si eso estaba relacionado. Sabía perfectamente lo que estaba pasando en el país. Pero no asocié. Después, pensándolo, tiene connotaciones obvias”, confiesa Di Tella en la entrevista con Página/12. “Pero el arte, a veces, es así: tiene una especie de electricidad que está en el aire, como un pararrayos, y baja eso. No es casualidad que en esos años se enterraban cuerpos anónimos todos los días. Ahora, para nosotros la relación es obvia. En ese momento, por ahí era algo que nadie quería estar pensando”, agrega el director.
A Di Tella siempre le quedó el recuerdo de Caldini. Y cuando se aprestaba a realizar Fotografías, el documental sobre su madre (de origen hindú), decidió conocerlo más. Como Di Tella tenía intenciones de viajar a la India –que finalmente concretó para ese documental– y sabía que Caldini había estado por allí, huyendo de los horrores de la dictadura, decidió rastrearlo para conocer su experiencia. “Había tenido un shock muy grande en la India. Yo quería saber qué le había pasado. Fui a verlo y en ese momento él no me pudo contar gran cosa. Me dijo que la experiencia lo sobrepasó y hasta ahí llegó”, relata Di Tella. Tiempo después, el fotógrafo Guillermo Bueno le comentó a Di Tella que iba a comenzar un curso de cine que dictaba un tal... Caldini, y que iba a exponer películas de los años ’30 de cine experimental. “Además de todo lo que Caldini significa como cineasta, yo sentí que también era una especie de portador de una tradición medio hermética, casi ocultista del cine experimental”, explica Di Tella. “Tuve la sensación de que Caldini era como esos viejos sabios de la tribu que llevan una sabiduría especial que sólo ellos tienen. Incluso, hay una frase que dice: ‘Cuando muere un anciano en alguna aldea lejana es como si se incendiara una biblioteca’. Entonces, sentí eso con Caldini”, admite el director de Montoneros, una historia.
Como la intriga podía más, Di Tella fue a verlo nuevamente. Desde entonces, ambos comenzaron a reunirse todas las semanas a charlar y cuando Di Tella llegaba a su casa escribía todas sus impresiones en un pequeño cuaderno. Después, eso se convirtió en el boceto de un libro, que finalmente se presentó ayer. Di Tella pensaba solamente escribir un libro pero no hacer una película, porque le resultaba un tanto extraño hacer un film sobre otro cineasta. Hasta que habló con su amigo y colega Martín Rejtman, quien lo convenció de que también podía hacer un film. Y así nació Hachazos, un documental alejado totalmente de los convencionalismos, en el que Di Tella va tras los misterios de Caldini y presenta públicamente a un director secreto y olvidado, único en el medio. Sin llegar a ser una biografía, el film se compone de encuentros entre ambos, diálogos y proyecciones del material de Caldini que no hacen más que mostrar a un personaje muy enigmático, que hace cine sin recursos y, tal vez, no apto para espectadores con preconceptos. Con producción de Marcelo Céspedes para Cine-Ojo, Hachazos se estrena hoy en la cartelera porteña.
–¿La idea fue establecer un recorrido por parte de la vida de Caldini, pero no pensando en grandes acontecimientos sino más bien en aspectos cotidianos?
–Podría ser. Gracias a que había escrito el libro, no pensé en contar la vida de Caldini, porque eso estaba más contado en el libro. Es medio raro porque es una mezcla de diario, ensayo, biografía, relato. Pero cuenta la vida de Caldini. Entonces, me pareció que la película era finalmente el encuentro entre dos cineastas. Quería ver cómo filmaba él y cómo concebía el cine. Y cómo se relacionaba eso con mi propia manera de concebir el cine. Y eso está reflejado en la película.
–El film combina diálogos preparados con escenas espontáneas. ¿Por qué lo pensó de esta manera?
–Yo digo que no es exactamente un documental sobre Claudio Caldini, sino que es una película con Claudio Caldini. No en el sentido con que se habla cuando es con un actor, sino que fue hecha, de algún modo, en colaboración. Y no sólo en colaboración sino también en tensión y peleas entre dos concepciones distintas. Por ahí, yo estoy en una cosa más de la narrativa, el testimonio, la historia de vida. Y él está más en la contemplación, en la síntesis, en una especie de economía de medios. El filma solo, yo lo hago en equipo. O sea, hay muchos contrastes. Me interesaba plantearlo así. Y lo primero que hicimos fue ver cómo hizo algunas de sus películas. Y él, en vez de contarme, me decía: “Vamos a hacer una”. Hicimos intentos, algunos más logrados que otros, pero fue un punto de partida.
–¿Y cuánto de la película se construyó en el mismo momento de filmarla y cuánto de lo filmado estaba guionado?
–Todo se construyó día a día. Yo me instalaba una semana en la quinta que él cuidaba, ya que era el casero. Yo trataba de no tener un plan. Tenía ideas, porque es inevitable. Y tenía escrito una buena parte del libro. Pero no era el guión. Entonces, mi objetivo era hacer estas reconstrucciones y llegar a tener conversaciones con él a partir de sus películas. El me proyectó todas sus películas. Y después de cada proyección, nos poníamos a conversar. Al principio, era muy resistente porque es una persona bastante hermética. Costó, pero fue entrando en confianza, y también habíamos tenido todas esas reuniones para escribir el libro. Se daba esa magia que cuando terminábamos cada proyección nos poníamos a hablar en la oscuridad. Y ese clima lo dejé porque me parecía interesante. Eso también tiene que ver con el misterio de Caldini y, en el fondo, el misterio de cualquier persona. También uno se pregunta: “¿Cuánto sé de esta persona? Por un lado, sé un montón después de haber visto las películas, pero, por otro, ¿cuánto sé realmente?”.
–Recién señalaba algunos contrastes, pero, ¿con qué se identifica de la manera de hacer cine de Caldini?
–La frase “filmar como se vive, vivir como se filma”, que yo anoté en mi cuaderno y que aparece al final de la película, tiene que ver con eso. Esa idea de llevar hasta las últimas consecuencias una idea de un cine que, aparentemente, va a contrapelo. Durante muchos años, nadie quería ver las películas de Caldini. Sufrió desde la indiferencia hasta directamente agresiones por hacer el cine que hacía. Y él siguió y siguió. Cuando no lo pudo hacer durante unos años, se dedicó a otra cosa. Y ahora volvió. Hay algo de esa persistencia, de pagar el precio que sea por plasmar tu visión. Hay algo del artista romántico en él que me pega y me motiva. Y salvando las distancias, creo que yo también estoy en un camino propio. Entonces, lo tomo a él como alguien que hizo ese camino y no murió en el intento.
–¿Cree que es un artista olvidado o él prefirió el anonimato?
–Es una mezcla de las dos cosas. Fue alguien que no se preocupó por difundir su obra, pero es alguien que también fue ignorado. Como fue todo ese cine de súper 8. También es un formato muy particular que no permite copias. Entonces, prácticamente para ver las películas de Caldini, las tiene que proyectar él. Y Caldini ha hecho ahora algo con eso. Hace proyecciones múltiples. El lo llama cine en vivo, que me parece muy interesante como concepto. Está pasando en ese momento. Y Caldini y el cine de Caldini también me hacen pensar en qué momento se produce eso que llamamos cine. ¿Es cuando uno lo filma? ¿Cuando uno lo proyecta? ¿O es simplemente en la cabeza del que lo está viviendo? Y la verdad es que son películas de una belleza asombrosa. Caldini es un gran cineasta. Y me parece que hay cierta pereza o convencionalismos de la crítica de que, si no es un largometraje que se estrena los jueves, no es cine.
–En un momento, Caldini dice que cuando mejor filma es cuando no piensa. ¿Cree que esa frase lo define como un cineasta único?
–Sí. En la película, yo estoy tratando de preguntarle qué es lo que pasa por la cabeza de él mientras filma y él dice esa frase. Y yo me quedo pensando. Y puse un plano de mí callado. Y me parece que justamente es una forma de despojarse de los convencionalismos, de los preconceptos y dejar que aflore cierta relación entre el ojo, la cámara, lo que estás filmando y la improvisación. En ese sentido, Hachazos termina con mi frase: “Creo que mi próxima película va a ser diferente”. Todo el encuentro con Caldini me motivó mucho y me hizo pensar mucho en la imagen. De hecho, creo que esta película ya es diferente a las anteriores. Es decir, el trabajo con la imagen y el tiempo es distinto al de las anteriores. O sea que esa frase que yo pongo al final de Hachazos es, de algún modo, retrospectiva de esta película. Hachazos ya es diferente por el encuentro con Caldini.
–¿El de Caldini es un cine en estado puro?
–En algún sentido, sí. Creo que mi cine, en ese sentido, es lo contrario: es híbrido, totalmente mezclado con la literatura, la investigación, hasta la historia. Siempre me interesa cómo un destino individual se cruza con la historia, lo personal con lo político. Pasa eso en Montoneros, una historia, Fotografías, incluso en ésta porque Caldini también está cruzado por la historia: por la dictadura, los años ’70. El no fue un militante, pero su vida fue muy afectada por la dictadura. Casi se podría decir que su personalidad entró en estallido por la opresión que se vivía en esos años y la necesidad de escapar e irse a cualquier lado en busca también de una utopía, porque los años ’70 no eran sólo la idea de la militancia política sino que estaban pasando muchas cosas en la Argentina. Y creo que tiene que ver con la búsqueda de la utopía espiritual, la liberación, modos de vida alternativos. Entonces, me parece que Caldini es eso. Pero cuando Caldini hace cine no está pensando en todas esas cosas. Yo creo que igual sus películas reflejan la época. Y si de cada una de ellas, uno sabe en qué momento la filmó y cuál era su circunstancia, son autobiográficas. Y eso es un poco lo que explicito más en el libro que en la película.
–¿Por qué cree que la obra es la vida del artista?
–No es que crea eso, sino que me parece que en ciertos artistas, su vida también es como una obra. Para mí, el caso de Caldini es ejemplar. Y me parece que, en el fondo, la película trata de eso: cómo una persona que no transa con nada ni nadie se queda sola en buena medida, pero logra hacer lo que se propone, cueste lo que cueste. Y creo que Caldini pagó un precio alto. Hasta perder la razón por enfrentarse con la indiferencia y la hostilidad y seguir haciendo su cine. Nunca intentó hacer otra cosa. En parte, Hachazos es un documental porque Caldini es real pero, a la vez, la película es como una leyenda. Y lo que propone al espectador es entrar en un viaje, compartir esa especie de parábola del artista que no concede nada y sigue con su visión hasta las últimas consecuencias.
–¿Y cómo influyó la vida errante de Caldini en su obra?
–Yo creo que todas sus películas tratan sobre lo efímero, sobre las cosas que se nos escapan de las manos. Por ejemplo, una de las últimas que hizo y que muestra al final de Hachazos se llama Lux Taal. En realidad, son dos palabras que él encontró en chapas de autos. Y después le agregó una “a” a “Tal”, porque pensó que “Lux” es “luz” (en latín), y “Taal” es “ritmo” en sánscrito. Todo esto por ver las patentes de los autos. Esos dos elementos hablan mucho de la mente de Caldini. Es un corto que lo hizo con tres rollitos en el formato Single Eight, que es como el súper 8, pero un poco diferente. Cada rollo dura tres minutos. Y durante varios años, filmó con esos rollos de una forma muy económica. Y condensó en esa película seis años de su vida y su relación con la naturaleza. Es impresionante. Y son fotogramas que se escapan, que son casi imperceptibles y de una belleza conmovedora.
Publicado en Página 12
jueves, 4 de agosto de 2011
lunes, 1 de agosto de 2011
CINE OJO presenta
HACHAZOS
una película de Andrés Di Tella
producida por Marcelo Céspedes
Exclusiva Avant Premiere
Domingo 7 de agosto – 18hs.
MALBA CINE (Av. Figueroa Alcorta 3415)
SINOPSIS
Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el conurbano bonaerense. Son los originales únicos de sus películas, todas en super-8, un formato obsoleto, en vías de extinción, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía. Se trata de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios, cineasta secreto.
Ficha técnica
Producción: MC Producciones
Guión y dirección: Andrés Di Tella
Producción Ejecutiva: Marcelo Céspedes
Imagen: Guillermo Ueno
Montaje: Felipe Guerrero
Asistente de dirección y colaboración en el guión: Darío Schvarzstein
Sonido directo: Pablo Demarco
Diseño de Sonido: Gino Gelsi y Jorge Gentile
Directora de Producción: Paola Pernicone
Producido con apoyo del INCAA
Duración: 80 min.
Argentina – 2011
HACHAZOS
una película de Andrés Di Tella
producida por Marcelo Céspedes
Exclusiva Avant Premiere
Domingo 7 de agosto – 18hs.
MALBA CINE (Av. Figueroa Alcorta 3415)
SINOPSIS
Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el conurbano bonaerense. Son los originales únicos de sus películas, todas en super-8, un formato obsoleto, en vías de extinción, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía. Se trata de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios, cineasta secreto.
Ficha técnica
Producción: MC Producciones
Guión y dirección: Andrés Di Tella
Producción Ejecutiva: Marcelo Céspedes
Imagen: Guillermo Ueno
Montaje: Felipe Guerrero
Asistente de dirección y colaboración en el guión: Darío Schvarzstein
Sonido directo: Pablo Demarco
Diseño de Sonido: Gino Gelsi y Jorge Gentile
Directora de Producción: Paola Pernicone
Producido con apoyo del INCAA
Duración: 80 min.
Argentina – 2011
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