Taller de cine de Claudio Caldini 2011.
Participaron: Valentina Burastero
Silvia Elena Calvo, Macarena Cordiviola, Sofía Flores, Hernán Hayet, Soledad Madeira, Bruno Lopez, Azucena Losana, Lorena Pini Pazzanese, Marianella Letterio, Melisa Brito Aller, Margarita García Faure, Federico Lanchares, Darío Schvarzstein.
jueves, 15 de diciembre de 2011
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Playtime intervenido
Este viernes 9 de Diciembre a las 21 hs en Inboccalupo
Los músicos Juliana Moreno en flautas, Fabiana Galante con mesa de objetos, Luis Conde en clarinetes y saxos, y el cineasta experimental y músico Claudio Caldini intervendrán la película Playtime de Jacques Tati. La misma, filmada en 1967 y situada en el París de fines de la década del 60, es una crítica a la vida moderna.
En esta ocasión los artistas utilizarán un fragmento en concepto de work in progress.
Claudio Caldini, cineasta experimental desde 1970, formó el grupo Hamsa (música hindustani) junto a Sergio Bulgakov y Ricardo Hambra.
Compone música electrónica para sus films y performances de cine expandido.
Claudio Caldini http://www.eldevenirdelaspiedras.blogspot.com
Proyecto Resplandecencias
www.myspace.com/resplandecencias
Virrey Arredondo 2493 Belgrano
Tel:4783-0731/155-823 7735
info@inboccalupo.com.ar
www.inboccalupo.com.ar
proyección-performance en el jardín
Claudio Caldini / proyección-performance en el jardín
Entendido como experiencia lúdica o de inmersión sensorial, el cine expandido también genera un espacio de reflexión sobre el registro de lo real y reclama la actividad del espectador en la producción de sentido. Llevando la maquinaria al centro de la escena, el cineasta-operador presenta en tiempo real su trabajo en los rubros de camarógrafo, editor, músico.
Sábado 10 de diciembre de 2011, 22hs
ACADEMIA BIOSFéRICA
Olleros 3268 - Buenos Aires
+54 (0)11 4554-3451
www.academiabiosferica.org
www.fundacionab.org
domingo, 27 de noviembre de 2011
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Apuntes al volver del cine (de un libro)
23-11-2011 | Claudio Caldini Sobre el cineasta Claudio Caldini y la película y el ensayo Hachazos.
Por Matías Serra Bradford.
Fácil no es sacar conclusiones rápidas acerca de esta clase de artista (hagamos de cuenta que la palabra acaba de fundarse). Con Claudio Caldini es difícil pronunciarse acerca de su lugar en el mapa que le concierne, por la clase de obra que ha hecho, que hace: rezagos luminosos, desconcertantes. Una obra tan fragmentada, escueta, espaciada en el tiempo. Son claras, no obstante, las líneas de demarcación. Una obra sin copias adicionales, que sólo exhibe él mismo, poniendo (creando) sus condiciones: lección de modestia y a la vez una especie de sacra megalomanía. La de un pintor (se comporta como uno, filma como uno) que nunca hubiera vendido un solo cuadro. Un pintor al que no le falta oído. Una obra hecha de repliegues, de negaciones: el dandismo de la austeridad. El único –¿el último?– que se acuerda de los atributos de una cámara de cine. Los efectos, primero fueron funciones. Un devoto de lo mecánico, de los materiales de trabajo, que no distingue materiales y trabajo. Lo poético es lo técnico. (Simple de entender para alguien que ha visto horas –quién no– a un antepasado trabajar con las manos.) Un hombre de implementos: cámaras de diverso formato, tetera, olla, salamandra, carretilla, bichero. Las afueras de una ciudad. Las afueras como definición, como credo.
Dos planos superpuestos: casas que parecen buques hundidos. El gato y el jardín nevado. Ventana repartida (proyecciones simultáneas). ¿Por qué, cómo, de entre todos los detalles posibles elige las imágenes mejores? Flores que brotan y se multiplican como insectos bajo una lupa agigantada. Piedras en un arroyo de deshielo. El pensamiento de esta clase de artista, un glaciar: se desplaza medio metro por año y la nieve tarda veinte años en cristalizarse. Quien sostiene la cámara renuncia a la simplificación de una trama, renuncia a una trama como quien renuncia a un vicio. Se inclina por la simplicidad de una pista. Un rastreo. Un siglo de cine recapitulado en segundos para alguien que está por morir, con las imágenes de su vida. “Oberhausen 2008”: como si Caldini siempre filmara mundos desaparecidos, como si estuviéramos viendo gente que ya murió. Virtuoso de casas y árboles, de gente capturada en el momento justo, en el momento mejor, como un fotógrafo (y los fotogramas duran milésimas). Un cine de árboles. Lecciones de cosas, en cámara rápida, pero otra vez, es como si viéramos nevar. O una composición de imágenes que se repiten, en un arte –el cine– que ha esquivado la repetición, que huye de la repetición igual que de un pecado mortal (y vuelve a caer en él como en una tentación). Repetir, en el cine de Caldini, para entender mejor, para captar el misterio apenas visible de un misterio mayor. Variación en la repetición, como Beckett. Como Beckett, despojamiento sintáctico; ir a menos como divisa. Las imágenes mantienen su potencia porque no son metáforas; no aspiran a la superchería de erigirse como metáforas. Ya trazó esa línea Pound: el silencio definitivo que sobreviene a quien no ha podido evitar cruzar el límite de la sensatez. Qué prodigioso defecto de la retina, termina pensando el espectador, hace creer que este film y aquel son obras maestras. Ante un ojo así no se puede utilizar una sola nota falsa, no se puede confiar en lo que un catálogo dictamine.
Un hombre sin atributos: un jardinero. Un milagro: un jardinero que hace cine. Arrasado, invicto. Cine declarado desierto. Cine de tabula rasa: cada film, un retorno a cero. Un primitivismo que está sentado en el futuro. Un hombre que espera que un amigo le aconseje escribir. Que confíe que escribirá tan bien como titula. La escritura como el estilo tardío del cine. Archivos, carpetas. Lo biográfico es lo bibliográfico. Un modelo de artista (la palabra no sobra). Beckett en Ussy-sur-Marne combatiendo a los topos, plantando ocho espinos y un sicomoro. Burroughs en París, tijera en mano. Wilcock en Lubriano, con la compañía de los perros, reacio a que lo traduzcan (mal). Solitarios vitalicios. Un laconismo que se corresponde con su obra. Como en Beckett, una cara que es la garante de su obra. La mirada que le corresponde. (No conviene olvidar los modelos de trabajo. Basta con ver fotografías de ellos –sobre todo caminando– para llamarse al orden.) Lo que muestra con claridad su obra y su vida es que en el funcionamiento de la obra, y de la obra con la vida, hay al menos un secreto, y ese secreto permanece desconocido aun para el propio portador. Una cara y una obra que llevan impresa una palabra obsoleta: autenticidad. La vida de un artista como una provocación, una piedra de toque. Como si esa clase de vida fuera un magnífico biombo desplegado (un biombo chino o japonés), un destino ilustrado y anunciado en otro siglo. El de quien se comporta como un hurón por temor a hacer el ridículo de ser incomprendido. En un país en el que si a un funcionario se le ocurriera cobrar un impuesto –una multa– cada vez que alguien pronuncia la frase “mi obra”, se triplicarían las reservas del tesoro. Un consuelo saber que todavía hay gente que cree que el reconocimiento espurio es un insulto para obviar. Voy a Basho para desatar este nudo: “‘Viajero’ / será mi nombre / primer diluvio de invierno”.
Montado a una bicicleta, girando lúdica y tercamente en un mismo lugar. Eso es un artista, no un personaje de Beckett, murmura la película: alguien que mira la lluvia bajo el alero de una casa prestada. Esa imagen y esos sonidos bastan para empezar a entender lo que no se parecía a un significado. Un documentalista lo persigue y demuestra que el documental no sólo salvará a la novela. Un documental como un cuarto propio, una cápsula espacial, sin un antes en la vida del retratado (se aprovechan las circunstancias para prescindir de ciertas distracciones biográficas y para subrayar otras). El documentalista, un niño salido de Verne: curiosidad y nobleza. Los films de Caldini son también documentales, de la vida secreta de una pileta y su parque, de luces y sombra, de criaturas absueltas. Un cineasta y otro parecen decirnos: el mundo –los días– hacen todo lo posible para que dudemos de nuestra fortaleza (que tenemos). Pasa en Ussy, en Tánger, en Lubriano, en General Rodríguez. Voto de pobreza. Voto de silencio. Cine célibe. Hombres olvidados dos veces. Hay que tener lo que nadie –de ahí el retiro– para hacer una obra de esta naturaleza. Hay que portar una generosidad de espíritu inaudita para poder retratarla (en una tierra en la que pocos hacen algo por otro, menos si se trata de un contemporáneo). Un lector mira y lee Hachazos como si hubiera vuelto a ver El gran éxtasis del tallador Steiner, sin detectar una sola imagen repetida.
http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=18220
Por Matías Serra Bradford.
Fácil no es sacar conclusiones rápidas acerca de esta clase de artista (hagamos de cuenta que la palabra acaba de fundarse). Con Claudio Caldini es difícil pronunciarse acerca de su lugar en el mapa que le concierne, por la clase de obra que ha hecho, que hace: rezagos luminosos, desconcertantes. Una obra tan fragmentada, escueta, espaciada en el tiempo. Son claras, no obstante, las líneas de demarcación. Una obra sin copias adicionales, que sólo exhibe él mismo, poniendo (creando) sus condiciones: lección de modestia y a la vez una especie de sacra megalomanía. La de un pintor (se comporta como uno, filma como uno) que nunca hubiera vendido un solo cuadro. Un pintor al que no le falta oído. Una obra hecha de repliegues, de negaciones: el dandismo de la austeridad. El único –¿el último?– que se acuerda de los atributos de una cámara de cine. Los efectos, primero fueron funciones. Un devoto de lo mecánico, de los materiales de trabajo, que no distingue materiales y trabajo. Lo poético es lo técnico. (Simple de entender para alguien que ha visto horas –quién no– a un antepasado trabajar con las manos.) Un hombre de implementos: cámaras de diverso formato, tetera, olla, salamandra, carretilla, bichero. Las afueras de una ciudad. Las afueras como definición, como credo.
Dos planos superpuestos: casas que parecen buques hundidos. El gato y el jardín nevado. Ventana repartida (proyecciones simultáneas). ¿Por qué, cómo, de entre todos los detalles posibles elige las imágenes mejores? Flores que brotan y se multiplican como insectos bajo una lupa agigantada. Piedras en un arroyo de deshielo. El pensamiento de esta clase de artista, un glaciar: se desplaza medio metro por año y la nieve tarda veinte años en cristalizarse. Quien sostiene la cámara renuncia a la simplificación de una trama, renuncia a una trama como quien renuncia a un vicio. Se inclina por la simplicidad de una pista. Un rastreo. Un siglo de cine recapitulado en segundos para alguien que está por morir, con las imágenes de su vida. “Oberhausen 2008”: como si Caldini siempre filmara mundos desaparecidos, como si estuviéramos viendo gente que ya murió. Virtuoso de casas y árboles, de gente capturada en el momento justo, en el momento mejor, como un fotógrafo (y los fotogramas duran milésimas). Un cine de árboles. Lecciones de cosas, en cámara rápida, pero otra vez, es como si viéramos nevar. O una composición de imágenes que se repiten, en un arte –el cine– que ha esquivado la repetición, que huye de la repetición igual que de un pecado mortal (y vuelve a caer en él como en una tentación). Repetir, en el cine de Caldini, para entender mejor, para captar el misterio apenas visible de un misterio mayor. Variación en la repetición, como Beckett. Como Beckett, despojamiento sintáctico; ir a menos como divisa. Las imágenes mantienen su potencia porque no son metáforas; no aspiran a la superchería de erigirse como metáforas. Ya trazó esa línea Pound: el silencio definitivo que sobreviene a quien no ha podido evitar cruzar el límite de la sensatez. Qué prodigioso defecto de la retina, termina pensando el espectador, hace creer que este film y aquel son obras maestras. Ante un ojo así no se puede utilizar una sola nota falsa, no se puede confiar en lo que un catálogo dictamine.
Un hombre sin atributos: un jardinero. Un milagro: un jardinero que hace cine. Arrasado, invicto. Cine declarado desierto. Cine de tabula rasa: cada film, un retorno a cero. Un primitivismo que está sentado en el futuro. Un hombre que espera que un amigo le aconseje escribir. Que confíe que escribirá tan bien como titula. La escritura como el estilo tardío del cine. Archivos, carpetas. Lo biográfico es lo bibliográfico. Un modelo de artista (la palabra no sobra). Beckett en Ussy-sur-Marne combatiendo a los topos, plantando ocho espinos y un sicomoro. Burroughs en París, tijera en mano. Wilcock en Lubriano, con la compañía de los perros, reacio a que lo traduzcan (mal). Solitarios vitalicios. Un laconismo que se corresponde con su obra. Como en Beckett, una cara que es la garante de su obra. La mirada que le corresponde. (No conviene olvidar los modelos de trabajo. Basta con ver fotografías de ellos –sobre todo caminando– para llamarse al orden.) Lo que muestra con claridad su obra y su vida es que en el funcionamiento de la obra, y de la obra con la vida, hay al menos un secreto, y ese secreto permanece desconocido aun para el propio portador. Una cara y una obra que llevan impresa una palabra obsoleta: autenticidad. La vida de un artista como una provocación, una piedra de toque. Como si esa clase de vida fuera un magnífico biombo desplegado (un biombo chino o japonés), un destino ilustrado y anunciado en otro siglo. El de quien se comporta como un hurón por temor a hacer el ridículo de ser incomprendido. En un país en el que si a un funcionario se le ocurriera cobrar un impuesto –una multa– cada vez que alguien pronuncia la frase “mi obra”, se triplicarían las reservas del tesoro. Un consuelo saber que todavía hay gente que cree que el reconocimiento espurio es un insulto para obviar. Voy a Basho para desatar este nudo: “‘Viajero’ / será mi nombre / primer diluvio de invierno”.
Montado a una bicicleta, girando lúdica y tercamente en un mismo lugar. Eso es un artista, no un personaje de Beckett, murmura la película: alguien que mira la lluvia bajo el alero de una casa prestada. Esa imagen y esos sonidos bastan para empezar a entender lo que no se parecía a un significado. Un documentalista lo persigue y demuestra que el documental no sólo salvará a la novela. Un documental como un cuarto propio, una cápsula espacial, sin un antes en la vida del retratado (se aprovechan las circunstancias para prescindir de ciertas distracciones biográficas y para subrayar otras). El documentalista, un niño salido de Verne: curiosidad y nobleza. Los films de Caldini son también documentales, de la vida secreta de una pileta y su parque, de luces y sombra, de criaturas absueltas. Un cineasta y otro parecen decirnos: el mundo –los días– hacen todo lo posible para que dudemos de nuestra fortaleza (que tenemos). Pasa en Ussy, en Tánger, en Lubriano, en General Rodríguez. Voto de pobreza. Voto de silencio. Cine célibe. Hombres olvidados dos veces. Hay que tener lo que nadie –de ahí el retiro– para hacer una obra de esta naturaleza. Hay que portar una generosidad de espíritu inaudita para poder retratarla (en una tierra en la que pocos hacen algo por otro, menos si se trata de un contemporáneo). Un lector mira y lee Hachazos como si hubiera vuelto a ver El gran éxtasis del tallador Steiner, sin detectar una sola imagen repetida.
http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=18220
martes, 22 de noviembre de 2011
Tomás Sinovcic
Un artista del stencil hizo este retrato de Tomás Sinovcic, encontrado ayer camino a casa.
http://eldevenirdelaspiedras.blogspot.com/2010/03/un-nuevo-dia.html
lunes, 21 de noviembre de 2011
Rastros de una biografía impensada
Libros y autores
Rastros de una biografía impensada
El cineasta Andrés Di Tella busca plasmar en Hachazos el misterio de una elusiva figura del underground de los años setenta
Por Débora Vázquez | Para LA NACION
Un hombre que anda por la vida con una lamparita de repuesto como talismán merece una biografía. Lo mismo aquel que manipula varios proyectores en simultáneo mientras empalma viejas cintas de súper 8. Y cómo no considerar al que, provisto de una cámara, se pasea en bicicleta a la vera de un bosque para atrapar su sombra. O al que se las ingenia para revolear una cámara por arriba de su cabeza con el fin de capturar imágenes capaces de trastocar el sistema perceptivo del ojo. Todos esos hombres son Claudio Caldini, un cineasta mítico y radicalmente poético, cultor incondicional del cine underground y el protagonista ascético y furtivo de Hachazos , la ópera prima literaria del documentalista Andrés Di Tella (Buenos Aires, 1958).
Di Tella y Caldini se cruzan por primera vez en la terraza del taller de Marta Minujín, suerte de improvisado setde filmación en el que la artista y sus anteojos negros habían resuelto enterrarse en vida. Di Tella, desde fuera de cuadro, era el que le echaba tierra encima con una pala; Caldini, el responsable de registrar la performance . Treinta y cinco años después, la ironía del destino vuelve a reunirlos en una quinta de los suburbios con las armas cambiadas. Esta vez el que filma es Di Tella, y Caldini, en virtud de su oficio de jardinero, el que empuña la pala. Dos caballeros que, a pesar de encarnar concepciones antagónicas del cine -"La narración y la contemplación", "El testimonio y la imagen", "La figura y la abstracción"-, anteponen el diálogo al duelo. Y es éste el espíritu que se respira de principio a fin en el libro -y en la película homónima- de Andrés Di Tella.
Como se lee en el subtítulo, Hachazos es una "biografía experimental" basada en los apuntes que el autor redactó a mano durante los encuentros que mantuvo con Caldini a lo largo de dos años. La elección de un cuaderno de notas por sobre un grabador no es un dato menor, sino un intento de guardar la escala humana y la confirmación (o reconfirmación, para quienes hayan visto sus documentales) de que Di Tella sabe ser empático a la hora de entrevistar. En resumen, es franco, urbano, respetuoso y lo suficientemente hábil cómo para preguntarle a alguien "¿vos sos un tipo difícil?", sin ofender ni hacerse el psicólogo.
Hay algo artesanal en la factura de Hachazos que tiene que ver con la decisión estética de contar en primera persona, a modo de diario, cómo se fue haciendo el libro. Mostrar los hilos, las costuras, de una biografía hecha "de a retazos" equivale a privilegiar el proceso antes que el resultado. Lo importante para Di Tella radica en plasmar la imposibilidad de agotar un objeto de estudio y reivindicar así lo inacabado, lo azaroso y a veces fallido, el misterio de una vida, o de las varias vidas de un hombre. "Sobrevivió la dictadura militar encerrado en un jardín? Fue expulsado de un ashram, internado en un manicomio. De regreso a Buenos Aires, quedó en la calle. Durante una década de errancia, tuvo treinta y seis domicilios provisorios y abandonó el cine. En estos últimos años, recaló como cuidador de una quinta del conurbano bonaerense."
La impronta casual, reacia a la cronología, y profusa en definiciones que, en lugar de delimitar un campo, lo van desmarcando, podría suponer un descuido respecto de la estructura del libro. No obstante, si bien existe una amena sensación de deriva, el texto, lejos del naufragio, propone un montaje inteligente. Una introducción honesta, un epílogo emotivo, un intercambio epistolar potente y acotado, y una infancia que irrumpe in medias res , como un hachazo a mitad de camino, logrando que el título se vuelva nostálgico antes que filoso. En el primer capítulo el autor explica el porqué del rescate de la persona y el cine de Caldini. Dicho de otro modo, "Caldini era como uno de aquellos viejos sabios de la tribu, que llevaba en la memoria algo así como una biblioteca entera". Di Tella, para quien la literatura en general y la obra de W. G. Sebald en particular no le son ajenas, velará por "esos libros".
La obstinación de Di Tella por asociar cuestiones que a priori parecerían inconciliables queda en evidencia cuando, en un mismo capítulo, vincula la cachetada que recibe una artista amiga durante una muestra con el enredo de un pedazo de celuloide dentro de un proyector, y éstos a su vez con los fotogramas de una película de Caldini, por la sola razón de tratarse los tres de "incidentes únicos". Sin embargo, la correspondencia más ostensible no se da en el interior de ningún capítulo -relatos breves, independientes de algún modo de los que los preceden y suceden- sino entre dos de ellos, y tiene que ver con un común denominador de sus documentales: el cruce de uno o más destinos individuales con el de la historia política. Tal es el caso de la yuxtaposición de dos homenajes: el libro que el cineasta Silvestre Byrón escribió sobre el actor Miguel Riglos y la película que Caldini dedica al cineasta Tomás Sinovcic. Si consideramos que Riglos llegó a pertenecer al círculo de José López Rega y Sinovcic simpatizaba con la lucha armada, no sorprende que ambos hayan desaparecido. Dos caras de una época trágica con la que Caldini se sintió, y aún se siente, incómodo: si bien abominaba la dictadura, no comulgaba con la idea de tomar el poder por la violencia. Y el cine comprometido no le interesaba en absoluto. Una prueba incontestable es el pasaje en que se narra su asistencia a una función semiclandestina de La hora de los hornos de Pino Solanas. En lugar de celebrar el alegato de cuatro horas, como el resto de los militantes de la concurrencia, Caldini permaneció mudo. Para él, "era como estar viendo televisión". Posiblemente uno de los eslóganes más tajantes del film, "Todo espectador es un cobarde o un traidor", haya sido -junto con el clima de barbarie imperante- lo que lo precipitó a emprender una búsqueda espiritual en la India.
Tener en claro que el otro siempre es más importante es una máxima que ningún biógrafo debiera perder de vista, y Di Tella no lo ignora. La exhibición insistente de su admiración es una prueba de esto; y un buen antídoto, además, para mantener a raya el narcisismo que podría traer aparejado el abuso de la primera persona. Así como "Caldini es capaz de filmar con la seriedad de un niño que juega", Di Tella también tiene algo de niño cuando narra, como pensando en voz alta, y sin avergonzarse de preguntar lo obvio, sabiendo que de allí muchas veces provienen las mejores respuestas. "¿Y qué hacés con el archivo?", inquiere Di Tella. "¡Lo guardo! Si tuviera que pensar para qué podría servir, no guardaría nada", reconoce Caldini.
En otro diálogo en apariencia cándido, Di Tella consigue correrse del registro hagiográfico en el que suelen caer ciertos narradores de vidas ajenas. Y lo logra del modo más banal y efectivo, reconociendo la imposibilidad de hacerlo: "Yo no sé si todo lo que Byrón cuenta de Riglos es para tomar al pie de la letra? Pero sospecho que hay un poco de mitificación", especula Caldini. "Es lo que hacemos todos. No estoy haciendo otra cosa en este momento", remata Di Tella. En otras palabras, tener una aguda conciencia de su oficio le permite a Di Tella mantener los pies sobre la tierra a la hora de los elogios, reírse de sí mismo, y mostrarse vulnerable al punto de no saber si el retrato que persigue podrá o no ser fotografiado: "A veces tengo la sensación de que el verdadero Caldini no está. Como si estuviera ausente de su propia historia. O mejor, como si estuviera escondiéndose detrás de la historia que me cuenta". Únicamente en este punto podemos asegurar que Di Tella se equivoca, ya que Hachazos -ilustrado y editado con gusto- no sólo logra capturar al escurridizo "ermitaño" sino también a su sombra. Y pese a que para el autor los encuentros con Caldini se transformaron en un episodio de su vida, para el lector -producto de una de esas benévolas trampas que a veces depara la literatura- el que termina convertido en un episodio de la vida de Caldini es Andrés Di Tella.
Hachazos
Por Andrés Di Tella
Caja Negra
128 páginas
$ 65.
martes, 15 de noviembre de 2011
Taller de cine 2011
Valentina Burastero
Silvia Elena Calvo
Macarena Cordiviola
Sofía Flores
Hernán Hayet
Soledad Madeira
Bruno Lopez
Azucena Losana
Lorena Pini Pazzanese
Marianella Letterio
Adam Sosinski
Melisa Brito Aller
Margarita García Faure
Federico Lanchares
Darío Schvarzstein
imagenes: film ejercicio n°1 mayo 2011
seleccionadas por Macarena Cordiviola
lunes, 31 de octubre de 2011
miércoles, 26 de octubre de 2011
Plan 10
29 de octubre 2001, 21 hs. Roseti 1425, piso 1, Buenos Aires. $ 15.
PLAN 10
ciclo de proyecciones alternativas
29 de octubre 2011 / 21h
Andrés Guerberoff. (cortometraje) HamburgAmerika
Linie (Dentro de esta embarcación esta a punto de cometerse un asesinato atroz) (2011). Un asesino, su víctima y un arenque gigante. Música: Patricio Carpossi y Juan Pablo Arredondo.
Loli Mosquera – Carla Lucarella (visuales) / Jorge Crowe – Eduardo Melendez (música en vivo). Performance audiovisual que hace uso de hardware encontrado, y/o construido, circuitería analógica y diversos objetos sonoros. Es un modesto ensayo sobre la posibilidad de sonido electrónico con elementos hechos o modificados en casa. Una suerte de mesa de juegos y juguetes en acción, una invitación a un pequeño espacio de creación.
Pablo Ziccarello (video) / Nicolás Varchausky (música en vivo). Doble Arcoiris (2011). Super 8 blanco y negro editado digitalmente. Duración aprox: 10 minutos. ''(...) El arcoiris en su descomposicion del haz luminoso es como un acorde de 7 notas desplegadas en un arpegio.(..)" (Niclo Varello.1859‐1864)
Claudio Caldini (cine expandido). HRZNT (2010) y Fantasmas Cromáticos (2011) Caldini es el operador en vivo de una instalación cinematográfica múltiple: proyectores de 8 mm procesando imágenes y sonido electrónico.
PLAN 10
ciclo de proyecciones alternativas
29 de octubre 2011 / 21h
Andrés Guerberoff. (cortometraje) HamburgAmerika
Linie (Dentro de esta embarcación esta a punto de cometerse un asesinato atroz) (2011). Un asesino, su víctima y un arenque gigante. Música: Patricio Carpossi y Juan Pablo Arredondo.
Loli Mosquera – Carla Lucarella (visuales) / Jorge Crowe – Eduardo Melendez (música en vivo). Performance audiovisual que hace uso de hardware encontrado, y/o construido, circuitería analógica y diversos objetos sonoros. Es un modesto ensayo sobre la posibilidad de sonido electrónico con elementos hechos o modificados en casa. Una suerte de mesa de juegos y juguetes en acción, una invitación a un pequeño espacio de creación.
Pablo Ziccarello (video) / Nicolás Varchausky (música en vivo). Doble Arcoiris (2011). Super 8 blanco y negro editado digitalmente. Duración aprox: 10 minutos. ''(...) El arcoiris en su descomposicion del haz luminoso es como un acorde de 7 notas desplegadas en un arpegio.(..)" (Niclo Varello.1859‐1864)
Claudio Caldini (cine expandido). HRZNT (2010) y Fantasmas Cromáticos (2011) Caldini es el operador en vivo de una instalación cinematográfica múltiple: proyectores de 8 mm procesando imágenes y sonido electrónico.
domingo, 16 de octubre de 2011
Radar / Página 12
foto:Xavier Martín
Domingo, 16 de octubre de 2011
ENTREVISTAS > EL MITICO Y MISTICO DIRECTOR CLAUDIO CALDINI
Arrebato
“Sobrevivió la dictadura militar encerrado en un jardín. Escapó a la India detrás de una utopía y perdió casi todo, hasta la razón. Fue expulsado de un ashram, internado en un manicomio. De regreso a Buenos Aires, quedó en la calle. Durante una década de errancia, tuvo treinta y seis domicilios provisorios y abandonó el cine. En los últimos años recaló como cuidador de una quinta del conurbano bonaerense. Allí vivió, humildemente. Entre las plantas y el silencio, en el trabajo manual, volvió a pensar en el cine. Una vez más, armado con una cámara prestada y tres rollitos de película virgen, volvió al ruedo.” Así presenta Andrés Di Tella a Claudio Caldini, el director mítico, místico y experimental que eligió como protagonista de Hachazos, su nuevo documental. En esta entrevista, el propio Caldini cuenta su historia.
Por Mariano Kairuz
Andrés Di Tella lo define como “cineasta secreto”, y lo más probable es que, por más que mucha gente vea su película Hachazos a partir de su reestreno en el Cosmos el próximo jueves, o se acerque a su libro del mismo nombre (editado por Caja Negra), Claudio Caldini no vaya a dejar de ser un cineasta secreto. Esto se debe a su propia voluntad: sus películas son difíciles de ver. Algunos cortometrajes extraordinarios como Ofrenda (probablemente las flores más hipnóticas de la historia del cine) o Film Gaudí (filmado en el Parc Güell de Barcelona) o la fantasmagórica La escena circular, o Heliografía (que filmó montado en una bicicleta, en la India) fueron compilados en un VHS que editó el Centro Rojas hace casi una década. Unos pocos fragmentos de su obra pueden verse en Hachazos, y el propio Caldini colgó varios de sus cortos en Internet (en su blog eldevenirdelaspiedras.blogspot.com y especialmente en su canal de YouTube, bajo el usuario CaldiniClaudio). Pero más allá de estas oportunidades más o menos dispersas, para encontrarse con su producción en súper 8 sólo hay una alternativa: que su autor se disponga a proyectarla en público –en su formato original–, cosa que ha hecho poco y nada en algo más de veinte años.
También es cierto que si desde mañana mismo el Malba, el Mamba y la Lugones le consagraran por completo sus salas durante tres meses, el contacto con un público masivo no estaría garantizado. Las películas de Caldini pertenecen a esa región marginal del cine que es el experimental, cuyas características no tienen mucho sentido tratar de definir acá: para buena parte del público alcanzará con saber que no son narrativas, así que no hay una trama que contar, e incluso si uno atisba a describir algunas sensaciones estimuladas por sus juegos de montaje, o su utilización subyugante de la luz, o su mirada sobre el entorno natural, o sus cualidades a veces espectrales, fracasaría inevitablemente en dar una idea sensible de cómo son estas películas a quien no ha visto ninguna de ellas. Es un cine vivo, que no puede contarse, que debe verse, para entrar o no entrar en él, para dejarse llevar o no. Tienen algo de experiencia intransferible, con perdón por el lugar común. La mejor definición posible la da Caldini en la película de Di Tella cuando dice que el cine es un intento por decir en imágenes lo que las imágenes no pueden decir, de la misma manera que tratamos de expresar en palabras, dice, lo que no puede decirse en palabras.
Uno de los aciertos de Hachazos, la película y el libro, es justamente que no intentan definir lo que no puede definirse. Di Tella colabora con el director de fotografía Guillermo Ueno, cuya sensibilidad busca crear cierta afinidad visual y sensorial con el universo de Caldini, sin tratar de explicar nada. Su idea eje consiste en acercarse a este universo contando la poco conocida historia de Caldini –y de este modo de parte de su generación de cineastas experimentales–, un poco como una biografía no lineal, que sigue un recorrido por momentos intenso, y sugiriendo, sin terminar de precisarla, que hay una línea que conecta esta vida y esa obra. Hacia el final de la película, Di Tella dice que Caldini encarna eso de “filmar como se vive, vivir como se filma”.
Y entonces cuenta y anticipa, en las primeras páginas de su libro, instigando la leyenda: “Experimentó hasta las últimas consecuencias la ruptura de los ’70. Sobrevivió la dictadura militar encerrado en un jardín. Escapó a la India detrás de una utopía y perdió casi todo, hasta la razón. Fue expulsado de un ashram, internado en un manicomio. De regreso a Buenos Aires, quedó en la calle. Durante una década de errancia, tuvo treinta y seis domicilios provisorios y abandonó el cine. En los últimos años recaló como cuidador de una quinta del conurbano bonaerense. Allí vivió, humildemente. Entre las plantas y el silencio, en el trabajo manual, volvió a pensar en el cine. Una vez más, armado con una cámara prestada y tres rollitos de película virgen, volvió al ruedo”.
PELICULAS DESPEDAZADAS
El primer encuentro entre Di Tella y Caldini tuvo lugar cuando el primero era todavía un adolescente, en 1976, filmando un corto de Marta Minujín, amiga de Kamala (la madre de Di Tella, a quien él le dedicó su documental Fotografías) y en el que la participación de Di Tella consistía en tirarle paladas de tierra a la artista –vestida con poco más que una bikini–, y la de Caldini en filmarlo todo en súper 8. Di Tella no volvió a ver a Caldini en mucho tiempo, pero supo de su largo peregrinaje, y unos años atrás, junto con Ueno, asistió a uno de los talleres con los que Caldini estaba volviendo a la actividad; ese fue el origen del libro y de la película que comparten título.
Hablando de lo cual, ese título: Hachazos no aparece explicado en la película, no de manera explícita, pero en el libro sí hay algunos párrafos que delatan su origen más directo, y que tiene que ver con la adolescencia y la temprana formación cinéfila de Caldini. Su padre, un constructor que había creado una fábrica de galvanoplastia en Saavedra. También era fanático de la tecnología y había comprado una cámara de 35mm y varios proyectores, y muchos de los restos de películas que las distribuidoras norteamericanas de cine, cuando terminaba su recorrido comercial, vendían a las fábricas de pintura, donde se recuperaba el acetato. Para asegurarse de anular una nueva puesta en circulación comercial de esas películas, las distribuidoras hachaban las copias en pedazos, una práctica que continúa al día de hoy. Por lo que el padre Caldini se dedicaba, junto a un amigo, a restaurarlas, empalmando los fragmentos con cinta: así fue que Caldini se crió viendo muchas películas con pequeños y grandes saltos, y estuvo en contacto con las nociones esenciales de montaje desde chico. “Yo me acerqué al cine más por interés técnico que artístico, pero además encontré una poética ahí”, le dice a Di Tella. “Siempre me dio curiosidad, desde la infancia, cómo puede estar oculto ¡el mundo! dentro de placas sólidas de metal y cintas de acetato.”
Tras hacer unos cortos tempranos, ingresó a la escuela del Instituto de Cine, que estaba dirigida por un militar. Eran años –1971, ’72– muy poco estimulantes para el cine nacional, y esto pudo haber marcado en parte el rumbo no convencional de su carrera como cineasta. “Solamente había una o dos películas por año que valían la pena”, cuenta a Radar. “Tiro de gracia, de Becher, y The Players vs. Angeles caídos, de Fischerman, las películas del Grupo de los 5 y por ahí las primeras de Favio; pero el cine más industrial no me interesaba para nada.” Los años anteriores de cine extranjero habían sido muy estimulantes para un cinéfilo en Buenos Aires (en el Lorraine y las salas asociadas podías ver en muy poco tiempo La Vía Láctea, de Buñuel, Locas margaritas, de Chitilova, un ciclo completo de Antonioni, Buenos Aires era una fiesta para un cinéfilo), los que venían fueron un desastre.”
PASAJE A LA INDIA
El primer interés de Caldini en la cultura de la India fue a través de “el sonido de los tamburas, en ‘Within you and Without you’, de Sgt. Pepper’s, cuando George Harrison transformó a los Beatles en una banda anónima de músicos indios, eso fue una revelación absoluta, que me quedó para toda la vida. Creo que en ese sonido estaba sintetizada toda la cultura y la filosofía de la India”. Pero además, Caldini había leído sobre el proyecto Auroville, una comunidad utópica anárquica fundada en 1968 por la francesa Mirra Alfassa, discípula del gurú Sri Aurobindo; y pronto se convirtió en su siguiente objetivo. Caldini hizo tres viajes a la India. Al volver del primero, en 1975, se encontró con una Argentina ya encaminada al desastre, a lo que en 1976 se sumó la desaparición de su amigo, el cineasta Tomás Sinovcic, a manos de los militares. Un hecho que terminó de marcar lo que para él era el destino de su generación, incluso la de los artistas que como él, aclara, jamás sufrieron una persecución política directa. “Entre 1976 y 1982 no podíamos hacer nada, salvo en el Instituto Goethe, donde podíamos ver lo que afuera estaba prohibido. Así que en un primer momento lo único que hice fue encerrarme a ver películas: para alguien que no era militante político, pero tenía alguna inquietud o sensibilidad artística, Buenos Aires se había convertido en un infierno.” En su segundo viaje a Auroville, en 1979, tuvo lugar su “episodio”, el brote que terminó en su internación psiquiátrica. En alguno de sus delirios místicos, llegó a creer que “el sol caía sobre la Tierra”, y que era su culpa. “Todavía hoy es difícil para mí decir qué pasó; pero si tuviera que hacer psicoanálisis de mí mismo, tuvo que ver con que la intensidad espiritual del ashram es demasiado grande, y cuando uno pasa mucho tiempo meditando, varias veces al día, y después sale al mundo real sin ninguna preparación ni protección, la nueva receptividad que te da la meditación es tal que el mundo exterior, con toda su violencia y su intensidad, se precipita sobre vos y tu conciencia de un modo que no lo podés asimilar.”
En los años siguientes, formó parte de la movida porteña más activa, trabajando creativamente como iluminador en los recién inaugurados Cemento y el Parakultural, trabajando con todos los personajes de época, de Batato al Clú del Claun y la Organización Negra; pero todavía volvería una vez más a Auroville, doce años más tarde. Esta vez, regresó desmoralizado, tras encontrarse con que “la comunidad se había burocratizado, había adquirido todos los vicios de un country club: estacionamiento, vigilancia, discriminación. Cuando la espiritualidad queda enmarcada en una estructura institucional, es el fin”. Para este último viaje, Caldini había vendido su casa, y cuando volvió a la Argentina no tenía nada: ni casa ni dinero ni trabajo. “A continuación me pasé diez años viviendo sin plata, sobreviviendo gracias a la generosidad de los amigos. En diez años tuve 36 domicilios diferentes. Era un vagabundo. Daba lástima.” Tras una década de ese “vagabundeo”, le llegó cierto alivio cuando consiguió trabajo como cuidador de una quinta en General Rodríguez, lo que le dio tiempo y espacio para “dedicarme a plantar árboles y flores y volver a filmar (su corto Lux Taal): fue como una residencia de artistas, una beca de cinco años para hacer esa película y para leer todo lo que no había podido leer en esos años. Fue también un gran período de asimilación, de reflexión sobre mi propio trabajo, lo cual me permitió volver a dar clases. Fue en ese tiempo que grupos de estudiantes que habían terminado su carrera de cine vinieron a buscarme para armar un grupo de estudio de cine experimental, y al terminar el primer año ya tenía como 15 alumnos”.
EL MUNDO MARAVILLOSO
Caldini aceptó hacer la película de Di Tella en parte porque le habían gustado mucho sus documentales previos (menciona La televisión y yo y Fotografías), y por el resultado que había dado el libro. Pero no oculta sus discrepancias con varias decisiones de Di Tella respecto del montaje y la puesta de Hachazos, y de hecho, parte de esas discrepancias aparecen en la película, como la reticencia de Caldini a interpretar la leyenda de él mismo que Di Tella trata de poner en escena, a expresar en una imagen –actuada–, por ejemplo, la frase con que abren libro y película: “Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el suburbio oeste de Buenos Aires”.
“Hoy no soy un creyente del cine”, dice Caldini, “cuando veo una gran obra quedo fascinado, pueden impresionarme la técnica y la puesta en escena, pero creo que la historia del cine ya está, ya se terminó. Lo que se produce ahora, el cine independiente, no es cine, es una variación hecha en video con una mixtura del lenguaje de la televisión. No se puede hacer montaje en video como si fuese cine, no funciona, y es una de las cosas que le critico a Hachazos: cuando uno graba en video, todo debe estar en la toma, no puede hacer picadillo la toma, luego juntar los pedazos y juntarlos y pretender que eso genere un sentido. En Hachazos no hay unidades temporales y espaciales íntegras. Estas son todas cosas que yo le dije a Andrés en cuanto vi la película terminada y por las que al principio se deprimió; pero después le dije también que me había reconciliado con la película, que consideraba que estas diferencias eran parte del riesgo de filmar y que en definitiva lo que me pasa con la película es lo que me pasa hoy con el cine: me interesa más todo lo que pasa alrededor de la película que la película en sí. Hay algo que me gusta de Hachazos que es su espontaneidad; casi todas las escenas fueron hechas sin ninguna preparación. Pero lo que más me interesa del proyecto es todo lo que lo rodeó: desde nuestro reencuentro con Andrés, a la incorporación de Ueno y Andrés a mi taller, todo que incorporó Andrés en su blog, la filmación, el proceso de regreso mío a la actividad que se produce entre el 2008 y hoy. A esto me refiero con el fin de la cinematografía: es más interesante Internet, los blogs, el proceso de redacción, que una película terminada. La idea de tener entre 50 y 200 personas sentadas en una sala mirando una grabación no me parece interesante, es el colmo de la pasividad: prefiero el teatro, la performance; el concierto de rock ya en 1960 planteaba que el cine estaba dejando de ser la forma artística central del siglo XX. Hay que tender a todo lo que sea en vivo, esa es la dirección de la obra de arte total que fue la ópera a fines del XIX, luego el cine, y el rock. El cine ya no está sucediendo en los cines, sino en otra parte; el contacto directo entre artista y público ha sido siempre el programa básico de todas las vanguardias”. Por eso es que hoy Caldini acepta las invitaciones de algunas bandas independientes para hacer funciones visuales con ellos, y que planea, para el inminente reestreno de Hachazos, con Di Tella, hacer una performance en vivo con varios proyectores, semejante a lo que puede verse breve y fragmentariamente hacia el final de la película.
Y tratar de seguir respondiendo al que probablemente sea el tema que recorre todo su cine, desde siempre. “El éxtasis”, en sus palabras: “La búsqueda de lo maravilloso, que es lo que tanto nos fascina en la infancia, aquello que excede la realidad de nuestra percepción. Lo que decimos que es bello porque nos supera, en tanto obtenemos más de lo que esperamos, en tanto supera nuestra receptividad. Porque la función del arte es ésa en definitiva: hacernos creer que el mundo puede ser un lugar maravilloso”.
Hachazos vuelve al cine del 20 al 22 (y los siguientes fines de semana de octubre) a las 20.30, en el Cosmos, Av. Corrientes 2046.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-7397-2011-10-16.html
Domingo, 16 de octubre de 2011
ENTREVISTAS > EL MITICO Y MISTICO DIRECTOR CLAUDIO CALDINI
Arrebato
“Sobrevivió la dictadura militar encerrado en un jardín. Escapó a la India detrás de una utopía y perdió casi todo, hasta la razón. Fue expulsado de un ashram, internado en un manicomio. De regreso a Buenos Aires, quedó en la calle. Durante una década de errancia, tuvo treinta y seis domicilios provisorios y abandonó el cine. En los últimos años recaló como cuidador de una quinta del conurbano bonaerense. Allí vivió, humildemente. Entre las plantas y el silencio, en el trabajo manual, volvió a pensar en el cine. Una vez más, armado con una cámara prestada y tres rollitos de película virgen, volvió al ruedo.” Así presenta Andrés Di Tella a Claudio Caldini, el director mítico, místico y experimental que eligió como protagonista de Hachazos, su nuevo documental. En esta entrevista, el propio Caldini cuenta su historia.
Por Mariano Kairuz
Andrés Di Tella lo define como “cineasta secreto”, y lo más probable es que, por más que mucha gente vea su película Hachazos a partir de su reestreno en el Cosmos el próximo jueves, o se acerque a su libro del mismo nombre (editado por Caja Negra), Claudio Caldini no vaya a dejar de ser un cineasta secreto. Esto se debe a su propia voluntad: sus películas son difíciles de ver. Algunos cortometrajes extraordinarios como Ofrenda (probablemente las flores más hipnóticas de la historia del cine) o Film Gaudí (filmado en el Parc Güell de Barcelona) o la fantasmagórica La escena circular, o Heliografía (que filmó montado en una bicicleta, en la India) fueron compilados en un VHS que editó el Centro Rojas hace casi una década. Unos pocos fragmentos de su obra pueden verse en Hachazos, y el propio Caldini colgó varios de sus cortos en Internet (en su blog eldevenirdelaspiedras.blogspot.com y especialmente en su canal de YouTube, bajo el usuario CaldiniClaudio). Pero más allá de estas oportunidades más o menos dispersas, para encontrarse con su producción en súper 8 sólo hay una alternativa: que su autor se disponga a proyectarla en público –en su formato original–, cosa que ha hecho poco y nada en algo más de veinte años.
También es cierto que si desde mañana mismo el Malba, el Mamba y la Lugones le consagraran por completo sus salas durante tres meses, el contacto con un público masivo no estaría garantizado. Las películas de Caldini pertenecen a esa región marginal del cine que es el experimental, cuyas características no tienen mucho sentido tratar de definir acá: para buena parte del público alcanzará con saber que no son narrativas, así que no hay una trama que contar, e incluso si uno atisba a describir algunas sensaciones estimuladas por sus juegos de montaje, o su utilización subyugante de la luz, o su mirada sobre el entorno natural, o sus cualidades a veces espectrales, fracasaría inevitablemente en dar una idea sensible de cómo son estas películas a quien no ha visto ninguna de ellas. Es un cine vivo, que no puede contarse, que debe verse, para entrar o no entrar en él, para dejarse llevar o no. Tienen algo de experiencia intransferible, con perdón por el lugar común. La mejor definición posible la da Caldini en la película de Di Tella cuando dice que el cine es un intento por decir en imágenes lo que las imágenes no pueden decir, de la misma manera que tratamos de expresar en palabras, dice, lo que no puede decirse en palabras.
Uno de los aciertos de Hachazos, la película y el libro, es justamente que no intentan definir lo que no puede definirse. Di Tella colabora con el director de fotografía Guillermo Ueno, cuya sensibilidad busca crear cierta afinidad visual y sensorial con el universo de Caldini, sin tratar de explicar nada. Su idea eje consiste en acercarse a este universo contando la poco conocida historia de Caldini –y de este modo de parte de su generación de cineastas experimentales–, un poco como una biografía no lineal, que sigue un recorrido por momentos intenso, y sugiriendo, sin terminar de precisarla, que hay una línea que conecta esta vida y esa obra. Hacia el final de la película, Di Tella dice que Caldini encarna eso de “filmar como se vive, vivir como se filma”.
Y entonces cuenta y anticipa, en las primeras páginas de su libro, instigando la leyenda: “Experimentó hasta las últimas consecuencias la ruptura de los ’70. Sobrevivió la dictadura militar encerrado en un jardín. Escapó a la India detrás de una utopía y perdió casi todo, hasta la razón. Fue expulsado de un ashram, internado en un manicomio. De regreso a Buenos Aires, quedó en la calle. Durante una década de errancia, tuvo treinta y seis domicilios provisorios y abandonó el cine. En los últimos años recaló como cuidador de una quinta del conurbano bonaerense. Allí vivió, humildemente. Entre las plantas y el silencio, en el trabajo manual, volvió a pensar en el cine. Una vez más, armado con una cámara prestada y tres rollitos de película virgen, volvió al ruedo”.
PELICULAS DESPEDAZADAS
El primer encuentro entre Di Tella y Caldini tuvo lugar cuando el primero era todavía un adolescente, en 1976, filmando un corto de Marta Minujín, amiga de Kamala (la madre de Di Tella, a quien él le dedicó su documental Fotografías) y en el que la participación de Di Tella consistía en tirarle paladas de tierra a la artista –vestida con poco más que una bikini–, y la de Caldini en filmarlo todo en súper 8. Di Tella no volvió a ver a Caldini en mucho tiempo, pero supo de su largo peregrinaje, y unos años atrás, junto con Ueno, asistió a uno de los talleres con los que Caldini estaba volviendo a la actividad; ese fue el origen del libro y de la película que comparten título.
Hablando de lo cual, ese título: Hachazos no aparece explicado en la película, no de manera explícita, pero en el libro sí hay algunos párrafos que delatan su origen más directo, y que tiene que ver con la adolescencia y la temprana formación cinéfila de Caldini. Su padre, un constructor que había creado una fábrica de galvanoplastia en Saavedra. También era fanático de la tecnología y había comprado una cámara de 35mm y varios proyectores, y muchos de los restos de películas que las distribuidoras norteamericanas de cine, cuando terminaba su recorrido comercial, vendían a las fábricas de pintura, donde se recuperaba el acetato. Para asegurarse de anular una nueva puesta en circulación comercial de esas películas, las distribuidoras hachaban las copias en pedazos, una práctica que continúa al día de hoy. Por lo que el padre Caldini se dedicaba, junto a un amigo, a restaurarlas, empalmando los fragmentos con cinta: así fue que Caldini se crió viendo muchas películas con pequeños y grandes saltos, y estuvo en contacto con las nociones esenciales de montaje desde chico. “Yo me acerqué al cine más por interés técnico que artístico, pero además encontré una poética ahí”, le dice a Di Tella. “Siempre me dio curiosidad, desde la infancia, cómo puede estar oculto ¡el mundo! dentro de placas sólidas de metal y cintas de acetato.”
Tras hacer unos cortos tempranos, ingresó a la escuela del Instituto de Cine, que estaba dirigida por un militar. Eran años –1971, ’72– muy poco estimulantes para el cine nacional, y esto pudo haber marcado en parte el rumbo no convencional de su carrera como cineasta. “Solamente había una o dos películas por año que valían la pena”, cuenta a Radar. “Tiro de gracia, de Becher, y The Players vs. Angeles caídos, de Fischerman, las películas del Grupo de los 5 y por ahí las primeras de Favio; pero el cine más industrial no me interesaba para nada.” Los años anteriores de cine extranjero habían sido muy estimulantes para un cinéfilo en Buenos Aires (en el Lorraine y las salas asociadas podías ver en muy poco tiempo La Vía Láctea, de Buñuel, Locas margaritas, de Chitilova, un ciclo completo de Antonioni, Buenos Aires era una fiesta para un cinéfilo), los que venían fueron un desastre.”
PASAJE A LA INDIA
El primer interés de Caldini en la cultura de la India fue a través de “el sonido de los tamburas, en ‘Within you and Without you’, de Sgt. Pepper’s, cuando George Harrison transformó a los Beatles en una banda anónima de músicos indios, eso fue una revelación absoluta, que me quedó para toda la vida. Creo que en ese sonido estaba sintetizada toda la cultura y la filosofía de la India”. Pero además, Caldini había leído sobre el proyecto Auroville, una comunidad utópica anárquica fundada en 1968 por la francesa Mirra Alfassa, discípula del gurú Sri Aurobindo; y pronto se convirtió en su siguiente objetivo. Caldini hizo tres viajes a la India. Al volver del primero, en 1975, se encontró con una Argentina ya encaminada al desastre, a lo que en 1976 se sumó la desaparición de su amigo, el cineasta Tomás Sinovcic, a manos de los militares. Un hecho que terminó de marcar lo que para él era el destino de su generación, incluso la de los artistas que como él, aclara, jamás sufrieron una persecución política directa. “Entre 1976 y 1982 no podíamos hacer nada, salvo en el Instituto Goethe, donde podíamos ver lo que afuera estaba prohibido. Así que en un primer momento lo único que hice fue encerrarme a ver películas: para alguien que no era militante político, pero tenía alguna inquietud o sensibilidad artística, Buenos Aires se había convertido en un infierno.” En su segundo viaje a Auroville, en 1979, tuvo lugar su “episodio”, el brote que terminó en su internación psiquiátrica. En alguno de sus delirios místicos, llegó a creer que “el sol caía sobre la Tierra”, y que era su culpa. “Todavía hoy es difícil para mí decir qué pasó; pero si tuviera que hacer psicoanálisis de mí mismo, tuvo que ver con que la intensidad espiritual del ashram es demasiado grande, y cuando uno pasa mucho tiempo meditando, varias veces al día, y después sale al mundo real sin ninguna preparación ni protección, la nueva receptividad que te da la meditación es tal que el mundo exterior, con toda su violencia y su intensidad, se precipita sobre vos y tu conciencia de un modo que no lo podés asimilar.”
En los años siguientes, formó parte de la movida porteña más activa, trabajando creativamente como iluminador en los recién inaugurados Cemento y el Parakultural, trabajando con todos los personajes de época, de Batato al Clú del Claun y la Organización Negra; pero todavía volvería una vez más a Auroville, doce años más tarde. Esta vez, regresó desmoralizado, tras encontrarse con que “la comunidad se había burocratizado, había adquirido todos los vicios de un country club: estacionamiento, vigilancia, discriminación. Cuando la espiritualidad queda enmarcada en una estructura institucional, es el fin”. Para este último viaje, Caldini había vendido su casa, y cuando volvió a la Argentina no tenía nada: ni casa ni dinero ni trabajo. “A continuación me pasé diez años viviendo sin plata, sobreviviendo gracias a la generosidad de los amigos. En diez años tuve 36 domicilios diferentes. Era un vagabundo. Daba lástima.” Tras una década de ese “vagabundeo”, le llegó cierto alivio cuando consiguió trabajo como cuidador de una quinta en General Rodríguez, lo que le dio tiempo y espacio para “dedicarme a plantar árboles y flores y volver a filmar (su corto Lux Taal): fue como una residencia de artistas, una beca de cinco años para hacer esa película y para leer todo lo que no había podido leer en esos años. Fue también un gran período de asimilación, de reflexión sobre mi propio trabajo, lo cual me permitió volver a dar clases. Fue en ese tiempo que grupos de estudiantes que habían terminado su carrera de cine vinieron a buscarme para armar un grupo de estudio de cine experimental, y al terminar el primer año ya tenía como 15 alumnos”.
EL MUNDO MARAVILLOSO
Caldini aceptó hacer la película de Di Tella en parte porque le habían gustado mucho sus documentales previos (menciona La televisión y yo y Fotografías), y por el resultado que había dado el libro. Pero no oculta sus discrepancias con varias decisiones de Di Tella respecto del montaje y la puesta de Hachazos, y de hecho, parte de esas discrepancias aparecen en la película, como la reticencia de Caldini a interpretar la leyenda de él mismo que Di Tella trata de poner en escena, a expresar en una imagen –actuada–, por ejemplo, la frase con que abren libro y película: “Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el suburbio oeste de Buenos Aires”.
“Hoy no soy un creyente del cine”, dice Caldini, “cuando veo una gran obra quedo fascinado, pueden impresionarme la técnica y la puesta en escena, pero creo que la historia del cine ya está, ya se terminó. Lo que se produce ahora, el cine independiente, no es cine, es una variación hecha en video con una mixtura del lenguaje de la televisión. No se puede hacer montaje en video como si fuese cine, no funciona, y es una de las cosas que le critico a Hachazos: cuando uno graba en video, todo debe estar en la toma, no puede hacer picadillo la toma, luego juntar los pedazos y juntarlos y pretender que eso genere un sentido. En Hachazos no hay unidades temporales y espaciales íntegras. Estas son todas cosas que yo le dije a Andrés en cuanto vi la película terminada y por las que al principio se deprimió; pero después le dije también que me había reconciliado con la película, que consideraba que estas diferencias eran parte del riesgo de filmar y que en definitiva lo que me pasa con la película es lo que me pasa hoy con el cine: me interesa más todo lo que pasa alrededor de la película que la película en sí. Hay algo que me gusta de Hachazos que es su espontaneidad; casi todas las escenas fueron hechas sin ninguna preparación. Pero lo que más me interesa del proyecto es todo lo que lo rodeó: desde nuestro reencuentro con Andrés, a la incorporación de Ueno y Andrés a mi taller, todo que incorporó Andrés en su blog, la filmación, el proceso de regreso mío a la actividad que se produce entre el 2008 y hoy. A esto me refiero con el fin de la cinematografía: es más interesante Internet, los blogs, el proceso de redacción, que una película terminada. La idea de tener entre 50 y 200 personas sentadas en una sala mirando una grabación no me parece interesante, es el colmo de la pasividad: prefiero el teatro, la performance; el concierto de rock ya en 1960 planteaba que el cine estaba dejando de ser la forma artística central del siglo XX. Hay que tender a todo lo que sea en vivo, esa es la dirección de la obra de arte total que fue la ópera a fines del XIX, luego el cine, y el rock. El cine ya no está sucediendo en los cines, sino en otra parte; el contacto directo entre artista y público ha sido siempre el programa básico de todas las vanguardias”. Por eso es que hoy Caldini acepta las invitaciones de algunas bandas independientes para hacer funciones visuales con ellos, y que planea, para el inminente reestreno de Hachazos, con Di Tella, hacer una performance en vivo con varios proyectores, semejante a lo que puede verse breve y fragmentariamente hacia el final de la película.
Y tratar de seguir respondiendo al que probablemente sea el tema que recorre todo su cine, desde siempre. “El éxtasis”, en sus palabras: “La búsqueda de lo maravilloso, que es lo que tanto nos fascina en la infancia, aquello que excede la realidad de nuestra percepción. Lo que decimos que es bello porque nos supera, en tanto obtenemos más de lo que esperamos, en tanto supera nuestra receptividad. Porque la función del arte es ésa en definitiva: hacernos creer que el mundo puede ser un lugar maravilloso”.
Hachazos vuelve al cine del 20 al 22 (y los siguientes fines de semana de octubre) a las 20.30, en el Cosmos, Av. Corrientes 2046.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-7397-2011-10-16.html
viernes, 7 de octubre de 2011
viernes de encuentros efímeros
Ciclo de intervenciones organizado por Claudia Toro
14/10 "SUITE PARA PIANOS DE JUGUETE Y PROYECCIONES BLANCO Y NEGRO" Fabiana Galante / Claudio Caldini
19 hs.
Perú 84, 6to piso, Oficina 82, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
http://oficinaproyectista.blogspot.com/
martes, 27 de septiembre de 2011
una película (deliberadamente) insuficiente
Hachazos
Notas insuficientes sobre una película (deliberadamente) insuficiente (Parte 1)
1 - ¿Quién es Claudio Caldini?
Sobre todo en el comienzo, hay serenidad en la mirada que se posa para contemplar. Un tiempo de la imagen y del sonido. De la observación de los gestos cotidianos y de la atmósfera plácida del entorno suburbano. Lavar los platos. Reflejos en el agua. Apilar troncos. Un avión que cruza el cielo con un altavoz publicitario. Algún atardecer. Mirar la lluvia. La construcción de un tiempo que es un puro presente, pero que a su vez denota claramente que es un después. Un después de muchas cosas, victorias o derrotas, batallas perdidas, búsquedas obstinadas, viajes desatinados, soledad y desencuentros. Una especie de regreso. Mucho se puede intuir pero es poco lo que se sabrá ciertamente del pasado de ese puro presente ahora sereno. ¿Quién es o quién ha sido a fin de cuentas Claudio Caldini? Ahora ese hombre tranquilo que cuida una casa quinta ajena (y cuya pesadilla recurrente es la pérdida de ese espacio o el de la casa de la infancia), y que vuelve a filmar después de mucho años de inactividad, parece no habilitar del todo la posibilidad de dejar que se construya su historia. Ha vivido y se ha extraviado en la India. Ha habitado 36 lugares. Y ha sido y es, cabe aclarar, una de las figuras fundamentales del cine experimental argentino.
En uno de los más bellos y sensibles diálogos que mantienen, Andres Di Tella, director de Hachazos, le pregunta:
“¿Vos sos un tipo difícil?”
Ríen, comentan, Caldini dice que sí y siguen el diálogo con cierta gracia; finalmente contesta:
“En esta situación no hay dificultades, pero si estás diez años en una ciudad sin casa, sin trabajo, sin dinero, uno se vuelve un poco insoportable”.
El breve silencio posterior, con su mirada extraviada más allá de la lluvia, es uno de los momentos más bellos y elocuentes de Hachazos.
2 - Negociación asimétrica entre dos cineastas
Claudio Cladini, el retratado, objeta en varias ocasiones las decisiones narrativas de Andrés Di Tella (“Estas conversaciones no están bien organizadas… A vos te gustan, a mi no…”). Un par de veces también se niega a recrear momentos ficcionales; esa ficción no le pertenece, no es su historia, es la imagen de esa historia que se ha construido el mismo Di Tella, pero no la suya. La valija cargada de películas que el Di Tella pretende que él lleve en un tren no es “su” misma valija, o al menos no lo es en la medida en la que se pretende mostrar en la película. No hay pacto. La negociación no se produce. Sin embargo, sobre el final, veremos a Claudio Caldini en un tren cargando esa valija con sus filmes S8. La cuestión allí es que ese único encuadre no deja ver el rostro de Caldini. Es claro, podría ser cualquier persona participando de esa puesta en escena. Andrés Di Tella logró su “imagen” y la utilizó, pero esa victoria es también el sello de una derrota. Una imagen insuficiente que sólo representa la imposibilidad de lograr la que en realidad buscaba. En Hachazos, la interacción entre dos cineastas conscientes del juego en el que participan, evidencia esa asimetría, ese campo del dominio, ese territorio de la imposibilidad de llegar al otro de otro modo que no sea el de mostrarse uno y tergiversar, en cierta medida, la historia (el retrato en su interacción inevitable con el autorretrato). Así esa evidencia, ese rastro dejado en los diálogos, en las negativas y en las repetidas objeciones que Caldini le hace a Di Tella, son una cuestión de sinceridad y de respeto. La evidencia de una imposibilidad. De cualquier modo, como afirma Caldini en un pasaje de la película: “En el cine tratamos de mostrar con imágenes lo que las imágenes no pueden mostrar”. Maravillosa consciencia compartida de los límites del cine, de su fracaso permanente. Y de lo bello de ese gesto siempre desmesurado.
3 – Las películas invisibles
¿Quién ha visto las películas de Claudio Caldini? ¿Quién sabe de su obra? ¿Quién sabía de la existencia de Caldini y de los otros que han participado en los 70 en aquel Grupo Goethe? Hachazos (la película, porque también hay un libro homónimo del mismo Andrés Di Tella) no profundiza en la obra experimental de este realizador. Se la ve apenas. Y se habla poco de cine. Aún después de haber visto la película, sus obras y sus conceptos continúan siendo un misterio casi inaccesible. Insuficiencia y logro. Debilidad y fortaleza. Fracaso y victoria. Esta película construida a hachazos rinde cuentas insuficientes tanto de una vida como de una obra, pero en ese transcurso deja planteada esa misma cuestión fundamental que moviliza a Di Tella: “Las imágenes de Caldini me hacen pensar que el cine puede ser otra cosa”. Y eso se hace claro, las verdaderas expresiones están siempre en otro lado. Nunca nos son ofrecidas confortablemente para ser consumidas con comodidad y sin riesgo. Hay que buscarlas y encontrarlas allí, en los lugares menos pensados, en los territorios más ásperos, en esos rincones oscuros pero vitales en los que la vida y la obra se vuelven una misma cosa, tan bella como misteriosa. El cine, siempre, ha sido otra cosa.
Gustavo Galuppo
El Séptimo Continente
Cine Escrito
http://el7continente.wordpress.com/dossier/poeticas/hachazos/
Notas insuficientes sobre una película (deliberadamente) insuficiente (Parte 1)
1 - ¿Quién es Claudio Caldini?
Sobre todo en el comienzo, hay serenidad en la mirada que se posa para contemplar. Un tiempo de la imagen y del sonido. De la observación de los gestos cotidianos y de la atmósfera plácida del entorno suburbano. Lavar los platos. Reflejos en el agua. Apilar troncos. Un avión que cruza el cielo con un altavoz publicitario. Algún atardecer. Mirar la lluvia. La construcción de un tiempo que es un puro presente, pero que a su vez denota claramente que es un después. Un después de muchas cosas, victorias o derrotas, batallas perdidas, búsquedas obstinadas, viajes desatinados, soledad y desencuentros. Una especie de regreso. Mucho se puede intuir pero es poco lo que se sabrá ciertamente del pasado de ese puro presente ahora sereno. ¿Quién es o quién ha sido a fin de cuentas Claudio Caldini? Ahora ese hombre tranquilo que cuida una casa quinta ajena (y cuya pesadilla recurrente es la pérdida de ese espacio o el de la casa de la infancia), y que vuelve a filmar después de mucho años de inactividad, parece no habilitar del todo la posibilidad de dejar que se construya su historia. Ha vivido y se ha extraviado en la India. Ha habitado 36 lugares. Y ha sido y es, cabe aclarar, una de las figuras fundamentales del cine experimental argentino.
En uno de los más bellos y sensibles diálogos que mantienen, Andres Di Tella, director de Hachazos, le pregunta:
“¿Vos sos un tipo difícil?”
Ríen, comentan, Caldini dice que sí y siguen el diálogo con cierta gracia; finalmente contesta:
“En esta situación no hay dificultades, pero si estás diez años en una ciudad sin casa, sin trabajo, sin dinero, uno se vuelve un poco insoportable”.
El breve silencio posterior, con su mirada extraviada más allá de la lluvia, es uno de los momentos más bellos y elocuentes de Hachazos.
2 - Negociación asimétrica entre dos cineastas
Claudio Cladini, el retratado, objeta en varias ocasiones las decisiones narrativas de Andrés Di Tella (“Estas conversaciones no están bien organizadas… A vos te gustan, a mi no…”). Un par de veces también se niega a recrear momentos ficcionales; esa ficción no le pertenece, no es su historia, es la imagen de esa historia que se ha construido el mismo Di Tella, pero no la suya. La valija cargada de películas que el Di Tella pretende que él lleve en un tren no es “su” misma valija, o al menos no lo es en la medida en la que se pretende mostrar en la película. No hay pacto. La negociación no se produce. Sin embargo, sobre el final, veremos a Claudio Caldini en un tren cargando esa valija con sus filmes S8. La cuestión allí es que ese único encuadre no deja ver el rostro de Caldini. Es claro, podría ser cualquier persona participando de esa puesta en escena. Andrés Di Tella logró su “imagen” y la utilizó, pero esa victoria es también el sello de una derrota. Una imagen insuficiente que sólo representa la imposibilidad de lograr la que en realidad buscaba. En Hachazos, la interacción entre dos cineastas conscientes del juego en el que participan, evidencia esa asimetría, ese campo del dominio, ese territorio de la imposibilidad de llegar al otro de otro modo que no sea el de mostrarse uno y tergiversar, en cierta medida, la historia (el retrato en su interacción inevitable con el autorretrato). Así esa evidencia, ese rastro dejado en los diálogos, en las negativas y en las repetidas objeciones que Caldini le hace a Di Tella, son una cuestión de sinceridad y de respeto. La evidencia de una imposibilidad. De cualquier modo, como afirma Caldini en un pasaje de la película: “En el cine tratamos de mostrar con imágenes lo que las imágenes no pueden mostrar”. Maravillosa consciencia compartida de los límites del cine, de su fracaso permanente. Y de lo bello de ese gesto siempre desmesurado.
3 – Las películas invisibles
¿Quién ha visto las películas de Claudio Caldini? ¿Quién sabe de su obra? ¿Quién sabía de la existencia de Caldini y de los otros que han participado en los 70 en aquel Grupo Goethe? Hachazos (la película, porque también hay un libro homónimo del mismo Andrés Di Tella) no profundiza en la obra experimental de este realizador. Se la ve apenas. Y se habla poco de cine. Aún después de haber visto la película, sus obras y sus conceptos continúan siendo un misterio casi inaccesible. Insuficiencia y logro. Debilidad y fortaleza. Fracaso y victoria. Esta película construida a hachazos rinde cuentas insuficientes tanto de una vida como de una obra, pero en ese transcurso deja planteada esa misma cuestión fundamental que moviliza a Di Tella: “Las imágenes de Caldini me hacen pensar que el cine puede ser otra cosa”. Y eso se hace claro, las verdaderas expresiones están siempre en otro lado. Nunca nos son ofrecidas confortablemente para ser consumidas con comodidad y sin riesgo. Hay que buscarlas y encontrarlas allí, en los lugares menos pensados, en los territorios más ásperos, en esos rincones oscuros pero vitales en los que la vida y la obra se vuelven una misma cosa, tan bella como misteriosa. El cine, siempre, ha sido otra cosa.
Gustavo Galuppo
El Séptimo Continente
Cine Escrito
http://el7continente.wordpress.com/dossier/poeticas/hachazos/
sábado, 24 de septiembre de 2011
El Séptimo Continente
Cine escrito (Con Andrés Di Tella, realizador de Hachazos)Documentalista de fuste e investigador audaz de las posibilidades del relato fílmico, Andrés Di Tella tomó a uno de sus primeros maestros, el mítico cineasta experimental Claudio Caldini, para construir una historia de vida, que mucho tiene de la del propio realizador. “Hachazos” es un recorrido intenso por las experiencias creativas de Caldini para contar la forma que adopta este artista de vanguardia para situarse en el mundo, pero al mismo tiempo es el modo en que Di Tella los mira (al mundo y a Caldini) a través del lente de su cámara. A continuación, el crítico Fernando Varea conversa con Di Tella acerca de los recursos adoptados para dilucidar un poco el espíritu inquieto de Caldini.
—Según puede apreciarse en tu documental, tu acercamiento a Caldini parece respetuoso y cuidadoso, como si se tratara de alguien frágil, más allá de su fama de “difícil”. ¿Cómo lo viviste vos?
—Claudio Caldini es un artista extraordinario, nuestro gran “cineasta secreto”, y creo que tanto su personalidad, de sorprendente humildad, como su modo de vida, solitario y austero, tienen mucho que ver con esa grandeza. Como señalo hacia el final de la película: “Filmar como se vive, vivir como se filma”. Caldini tuvo la generosidad de aceptar que me metiera en su vida para “documentarla”, lo cual ya implica cierto grado de “invasión de su privacidad”. El respeto a quien se presta a ser filmado es parte irrenunciable, para mí, de cualquier proyecto documental. Tampoco se trataba de hacer una “hagiografía” o un “institucional”. En ese sentido, el retrato tiene sus luces y sombras. Me gustó lo que escribió Horacio Bernades, el crítico de Pagina 12: “Di Tella filma a Caldini con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero a quien se teme quebrar”.
—Hachazos no se centra en su obra, sino en las alternativas de su vida. O, en todo caso, sugiere una profunda correspondencia entre ambas.
—Reivindicar y dar a conocer la obra de Caldini fue la principal motivación de este proyecto, que incluye un libro, también llamado Hachazos (editorial Caja Negra) y varias performances compartidas con Caldini donde se proyectó material viejo y nuevo de Caldini, ante un público que mayoritariamente no lo conocía. Si no me interesara su obra, ¿cómo iba a dedicar dos años de mi vida a este trabajo? Lo que cuenta, para mí, de la vida de Caldini es que su obra lo respalda. O viceversa. Por eso también escribí el libro, que explora en mayor detalle la obra de Caldini, así como otros aspectos de su biografía. De hecho el libro vino primero, con lo cual ya había mucho terreno cubierto, y eso me liberó bastante a la hora de hacer la película. Creo que le hubiera hecho una injusticia a la obra de Caldini si intentaba incluir más fragmentos en la película. Hasta llegué a pensar en no incluir nada, que el espectador se la imagine. Lo que hay está ahí para despertar interés, nada más.
—¿Por qué te interesó que las dudas durante el rodaje quedaran a la vista del espectador?
—Edgardo Cozarinsky, otro de mis maestros, lo supo ver, en una apreciación quizá demasiado generosa pero que tiene algo de cierto: “Una gran película, de las que uno siente que han modificado al cineasta al hacerla y que modifican al espectador que la merezca”.
—El corto mostrado al principio, rodado por Caldini en 1976, en el que Marta Minujin es enterrada, tiene probablemente más fuerza “testimonial” que todo el cine argentino filmado durante la dictadura. Sin embargo, el cine experimental fue siempre mal visto por los cineastas “comprometidos”.
—Me parece que todavía impera una lectura un tanto parcial de la producción artística de los años 70, donde se toman demasiado al pie de la letra, hasta ingenuamente, ciertos preceptos del “cine comprometido”, sin tomarse el trabajo de analizar las consecuencias concretas de esas ideas o los resultados artísticos. Hay toda una producción de esa época que escapa a ese criterio reduccionista, desde el rock, pasando por la literatura y el arte, hasta el cine experimental. Hay un poco de pereza por parte de la crítica en no querer verlo. El caso del cine experimental tiene la particularidad de que se filmó en buena parte en super-8 reversible, un formato que no permite copias (o sólo de un modo muy complicado). Por otra parte, los propios cineastas, como Caldini mismo, se acostumbraron a no ser tenidos en cuenta y siguieron su camino sin importarles la prensa, la crítica. Igual, las cosas cambian y, así como yo hice esta película y escribí este libro, otros también se han interesado en explorar este territorio.
—Tanto tus intervenciones en off como las confesiones de Caldini, además de ser pocas, parecen haber sido cuidadosamente seleccionadas. Cada palabra suena con fuerza, cada pensamiento en voz alta invita a reflexionar largamente. ¿Cómo trabajaste eso?
—Se podría decir que una diferencia posible entre ficción y documental está en que la ficción se escribe antes del rodaje y el documental se escribe después. Es una generalización, tal vez, pero el verdadero trabajo de escritura de un documental ocurre siempre en el montaje. En buena medida se trata de un trabajo de depuración, quitando elementos hasta dejar lo esencial.
—¿Por qué introdujiste esa suerte de separadores con la palabra “Reproducción”?
—El cuaderno que aparece con mis anotaciones refiere a que mi forma de encarar el trabajo en colaboración con Caldini fue el de hacer una especie de diario. Empezó en mi blog, continuó con el libro y las performances, y se expandió en la película. Era, también, una forma de anclar la voz en off, que se entienda que eran como anotaciones en mi diario o cuaderno de trabajo. La palabra que aparece repetida es “reconstrucción”. La idea era sugerir que cuando vemos a Caldini filmando no está filmando sus películas –a las que hace solo– sino que se trata de “reconstrucciones” de cómo hizo algunas de sus viejas películas. Seguramente hay detrás alguna reflexión acerca del estatuto del registro en el género documental. Por las respuestas y las interesantes discusiones que la película viene despertando, me da la impresión que algunos de estos disparadores funcionaron.
—En El país del diablo había una referencia relativa a la importancia de conservar los recuerdos de los maestros (“se muere un jefe de una tribu y se muere una cultura”). ¿Es lo que te motivó a rescatar la figura de Caldini?
—Sí, sin duda. Cuando me reencontré con Caldini, después de algunos años, tuve precisamente esa sensación. Formé parte del primer grupo de estudios que se armó en torno a Caldini, con Guillermo Ueno, Daniel Bohm, Bruno Steconni y otros. Mientras veía los materiales únicos que presentaba Caldini y oía sus comentarios, a la vez sencillos y profundos, resultado de una larga y meditada convivencia con esas imágenes, sentí que Caldini era como uno de aquellos viejos sabios de la tribu, que llevaba en la memoria algo así como una biblioteca entera, o mejor, el Archivo General de una nación olvidada. Pensé también en esa frase: “En África, cada vez que muere un viejo, es como si se incendiara una biblioteca”. Y caí en la cuenta del enorme privilegio que representaba estar ahí sentado, en esa habitación oscura de un departamento de Palermo, como si fuera el sótano de la calle Garay donde Julio Argentino Daneri le reveló a Jorge Luis Borges la existencia del Aleph.
Fernando Gabriel Varea
El Séptimo Continente
jueves, 1 de septiembre de 2011
miércoles, 24 de agosto de 2011
miércoles, 17 de agosto de 2011
viernes, 12 de agosto de 2011
Hachazos: libro y película
El libro y la película de Andrés Di Tella recorren la producción visual de un referente obligado: Claudio Caldini, mítico viajero hipnótico y creador de verdaderos relámpagos visuales. Hoy miércoles se presenta el libro y mañana se estrena el film en MALBA y Gaumont.
Por Diego Trerotola
“Cuando escuché el sonido de los tamburas, en Within You Without You de Sgt. Pepper’s, cuando George Harrison transformó a los Beatles en una banda anónima de músicos indios, eso fue una revelación absoluta, que me quedó para toda la vida”, le cuenta Claudio Caldini en el potente libro que Andrés Di Tella le dedica, y no suena raro que la primera canción del lado b de ese disco rupturista de los Beatles haya calado tan profundo en Caldini, que de alguna manera extraña incluso haya sido casi una banda sonora de su biografía. De hecho, ¿ser un cineasta experimental no le da un sentido de pertenencia al lado b de la historia del cine, a ese club de corazones solitarios del que hablan los Beatles? Si es verdad que, a esta altura muchas caras podrían sumarse a las más de setenta que adornan la tapa de Sgt. Pepper’s, la de Caldini tendría un lugar prioritario por llevar hasta las últimas consecuencias su particular beatlemanía hinduista, llegando a formar una banda de música hindú, pero también visitando recurrentemente la India como una forma de su espiritualidad poética que desencadenó su cine solitario. Y Di Tella en Hachazos, título que comparten su libro y su documental, logra doblemente que Caldini cuente, por primera vez públicamente, sus viajes luminosos, traumáticos y cinematográficos por ese país asiático. Como biografías cruzadas por el cine y por ese país asiático (la madre de Di Tella nació en la ciudad india de Madrás), Hachazos es una intersección entre Caldini y Di Tella, dos recorridos donde el el azar marca desencuentros pero también una sinergia vital, como esa cooperación en 1976 que marca el encuentro entre ambos, en la performance Autogeografía de Marta Minujín (Caldini registrando en Super 8 y Di Tella echando tierra sobre la artista en bikini).
Poco tiempo antes de ese encuentro, Caldini había viajado por primera vez a la India, buscando el sonido específico de una canción beatle, y en una parada en Barcelona registró en Super 8 su visita al Parc Güell, retratando su recorrido sincopado en su corto más influyente, Film Gaudí, que terminó siendo la “primera piedra en la edificación de su obra futura”, como escribe Di Tella. El Super 8 se había popularizado en los setenta como formato amateur y casero, para registro de vacaciones y viajes, principalmente gracias a ser una cámara portátil, fácil de manejar. Caldini también registró sus viajes, no sólo espaciales sino mentales, para hacer de ese formato un arma cargada de futuro, ejercitando una mirada de “ojos caleidoscópicos”, como a los que le cantan Los Beatles en Lucy in the Sky with Diamonds. Los espacios deshabitados del Parc Güell se convierten en remolinos, en mantras visuales, en un tour intermitente entre vértigo y contemplación: un ritmo propio cruza la obra experimental de Caldini.
Ese primer viaje lo lleva hacia una sensibilidad primitiva, esencial, como si el cine empezara de nuevo, pero en otra dirección. En Hachazos, libro y película, Di Tella propone como punto de partida una misma imagen viajera: “Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el suburbio oeste de Buenos Aires. Son los originales de sus películas, todas en Super 8, un formato obsoleto, en vías de extinción, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía”. No sólo hay una idea de obra en movimiento, nómade, esencial para entender el cine de Caldini, sino que también parece volver a una escena germinal de la historia del cine: el tren de los hermanos Lumière, esa locomotora que fundó el potencial del lenguaje audiovisual, ahora reconducida por Caldini para recuperar su prístina intensidad, y para desviarla por otros carriles, más personales, más impensados. El ojo libertario de su obra tal vez llegue a una eclosión en otro viaje a India en 1979, en parte escapando de la dictadura militar, y también tratando de completar la experiencia de su relación con el hinduismo. Y ahí aparece de nuevo el tren, como le relata a Di Tella, cuando Caldini tuvo una revelación mientras viajaba para hacer un retiro espiritual al pie del Himalaya. “Me di cuenta de que estaba teniendo alucinaciones. Imaginate lo que era eso, estar en un tren en la India, repleto de gente que sube y baja, que duerme y que come, sin entender lo que dice nadie… Ya era una especie de experiencia alucinatoria en sí misma, ¡y encima tener alucinaciones! La alucinación más grave que tuve fue, justamente, que el sol caía sobre la Tierra… ¡y que yo tenía la culpa!”, recuerda en el libro, pero también en la película, y mientras relata su demencia se ven imágenes de unos atardeceres que filmó a toda velocidad, donde el cielo parece quemarse como si efectivamente el sol explotara desapareciendo en la oscuridad para siempre. No es parte de su locura, es verdad: Caldini es culpable de que el sol se estrelle contra la Tierra, y de ese colapso, de esa colisión, son producto sus películas alucinatorias, cortos que filma en soledad para compartir esas visiones, esos oasis en su viaje, que sólo son posibles iluminados por sus retinas. Di Tella le dedica todo un capítulo a Heliografía que, para la mayoría de los pocos conocedores de la obra de Caldini, es su logro más inspirado: filmado en 1991, durante el último regreso de cineasta a India, imágenes y sonidos dilatan un viaje en bicicleta, un simple tránsito de segundos expandido a minutos, donde se ve principalmente la sombra del andar proyectada por el sol. Una vez más, Caldini recrea el accidente: la velocidad de luz estalla sobre la Tierra para producir la distorsión expansiva de nuestros sentidos de realidad y de belleza. Hachazos no es sólo un libro y una película, también es el título de una nueva apuesta por el “cine en vivo” de Caldini, quien con cinco proyectores desencadena el prisma hipnótico donde el accidente de la luz sobre el paisaje es una ruta lúcida que en cada flash, en cada relampagueo en la pantalla, hace que la poesía cosquillee: la mística de la imagen titila con un estilo rítmico que parece posibilitar el milagro de ver la música de la luz.
Hachazos. (Caja Negra)
Presentación del libro a cargo de Ricardo Piglia más performance/proyección en formatos múltiples a cargo de Andrés Di Tella y Claudio Caldini. Miércoles 10 de agosto a las 19 en Fundación Telefónica, Arenales 1540.
Estreno Hachazos: Jueves 11. Salas Gaumont y MALBA.
Publicado por Los Inrockuptibles
Hachazos en Fundación Telefónica
jueves, 11 de agosto de 2011
HACHAZOS PARECE UN CUERPO QUE RESPIRA
Jueves, 11 de agosto de 2011
CINE › HACHAZOS PARECE UN CUERPO QUE RESPIRA
Un organismo vivo
La línea maestra del film es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero a quien se teme quebrar.
Por Horacio Bernades
Descartada por demasiado literal la opción del documental sobre leñadores chaqueños, el título de la nueva película de Andrés Di Tella puede llevar a imaginar un film hecho de cortes secos y brutales, en el que cualquier prolijidad habrá cedido su lugar a una violencia de las formas. No hay nada de eso en Hachazos y de hecho no es fácil advertir por qué Di Tella le puso ese título a su opus 7 en el largometraje, presentado en abril pasado en el Bafici y estrenándose ahora en el Gaumont y malba.cine. Hachazos tiene un protagonista y ese protagonista es un verdadero personaje. Se trata de Claudio Caldini, mítico prócer del cine experimental en la Argentina. Tras una época de oro en los ’70, de Caldini se supo poco y nada, de tal modo que Di Tella, que lo tiene por un maestro, partió en busca de su sombra un tiempo atrás. Pero no para develar qué había detrás de esa sombra, como lo haría un documental crasamente periodístico, sino para internarse en ella.
Si algún corte abrupto hay en Hachazos, son los que el propio Caldini parece haberse dado a sí mismo en el curso de su vida, hasta fragmentarse en mil pedazos. Pedazos que Hachazos reconstruye, pero como sin proponérselo. La película tiene un tono casual que es muy Di Tella. En algún momento de Hachazos, conectando con el formato de diario personal que el realizador viene cultivando –desde antes incluso que las notoriamente “en primera persona” La televisión y yo y Fotografías–, Di Tella cuenta cómo y cuándo conoció a Caldini. Fue en 1976, poco después de marzo y a propósito del rodaje de un corto en el que Marta Minujin era enterrada a paladas, en bikini. Los títulos finales, rustiquísimos cartelitos hechos a mano, consignan a un Di Tella menos que veinteañero como uno de los que paleaba desde fuera de cuadro. Pero el cartel no dice “Palean”, sino “Arrojan la barbarie”. La relación entre el arte de vanguardia y la política en la Argentina de las últimas décadas es una de las líneas (línea tangente, quebrada, de trazo casi al agua, como todas las de la película) que Hachazos desarrolla.
Pero la línea maestra es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero se teme quebrar. Tomando algún mate en la quinta de Moreno donde trabaja como cuidador, Caldini cuenta que tenía un miedo pánico de quebrarse, allá en los ’70, cuando la cosa empezó a cobrar temperatura, cuerpos y vidas en Argentina. Se quebró en la India, donde había huido durante la dictadura, buscando seguramente alguna clase de salida espiritual (el documental no lo dice, pero quien va a la India no va en busca de chicas, playa o trabajo) al brete en el que se hallaban, él y el país. Caldini tuvo un brote, tuvieron que internarlo en Nueva Delhi, no sabía quién era ni cómo se llamaba. “Por qué mi nombre no soy yo”, canta Javier Martínez, pero no durante el relato de Caldini: Hachazos no redunda, asocia.
“Encima, por un error de lectura de mi DNI, los médicos me llamaban Edmondo, y yo no sabía quién era ese tipo”, recuerda Caldini. No hay película de Di Tella que no tenga humor. Aunque esta vez sean apenas hachazos sueltos: el largo, circunspecto, apenas cicatrizado Caldini no es el chistoso Torcuato Di Tella de La televisión y yo o la exuberante protagonista de Montoneros, una historia. “Cuando volví estuve mucho tiempo sin trabajo, llegué a vivir en treinta y seis lugares distintos en poco tiempos”, cuenta Caldini, cuyo exilio de sí mismo el trabajo de quintero parece haber empezado a suturar. “Porque hoy nací”, canta ahora Javier Martínez. Imposible saber con certeza hasta qué punto a Caldini le pasa lo mismo. Di Tella no lo fuerza a ninguna clase de confesión, juego de la verdad o catarsis. Hachazos no es una investigación, es un diálogo. Como parte de ese diálogo, el personaje hasta puede resistirse a hacer lo que el director le pide. Al final (no por nada la imagen de una mudanza, un viaje, un tránsito), Caldini sigue siendo un enigma.
Si los films de Di Tella suelen caracterizarse por un modo de representación que por la ausencia de asertividad podría definirse como “tentativo”, Hachazos es, posiblemente, la consumación de ese modo. Nunca se sabe bien a dónde va y uno simplemente se deja llevar por sus largos y cadenciosos planos secuencia, que parecen marcar el tiempo de una espera, un pausado ritual de (re)conocimiento. Planos llenos de aire, seguidos de otro plano que es siempre una incerteza. Más que una película, un cuerpo que respira, que piensa en voz alta. Un organismo vivo.
HACHAZOS
Argentina, 2011.
Dirección: Andrés Di Tella.
Guión: Andrés Di Tella, con colaboración de Darío Schvarstein.
Fotografía: Guillermo Ueno.
Montaje: Felipe Guerrero.
Producción: Marcelo Céspedes para Cine-Ojo.
Estreno en cines Gaumont y malba.cine.
Publicado en Página 12
CINE › HACHAZOS PARECE UN CUERPO QUE RESPIRA
Un organismo vivo
La línea maestra del film es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero a quien se teme quebrar.
Por Horacio Bernades
Descartada por demasiado literal la opción del documental sobre leñadores chaqueños, el título de la nueva película de Andrés Di Tella puede llevar a imaginar un film hecho de cortes secos y brutales, en el que cualquier prolijidad habrá cedido su lugar a una violencia de las formas. No hay nada de eso en Hachazos y de hecho no es fácil advertir por qué Di Tella le puso ese título a su opus 7 en el largometraje, presentado en abril pasado en el Bafici y estrenándose ahora en el Gaumont y malba.cine. Hachazos tiene un protagonista y ese protagonista es un verdadero personaje. Se trata de Claudio Caldini, mítico prócer del cine experimental en la Argentina. Tras una época de oro en los ’70, de Caldini se supo poco y nada, de tal modo que Di Tella, que lo tiene por un maestro, partió en busca de su sombra un tiempo atrás. Pero no para develar qué había detrás de esa sombra, como lo haría un documental crasamente periodístico, sino para internarse en ella.
Si algún corte abrupto hay en Hachazos, son los que el propio Caldini parece haberse dado a sí mismo en el curso de su vida, hasta fragmentarse en mil pedazos. Pedazos que Hachazos reconstruye, pero como sin proponérselo. La película tiene un tono casual que es muy Di Tella. En algún momento de Hachazos, conectando con el formato de diario personal que el realizador viene cultivando –desde antes incluso que las notoriamente “en primera persona” La televisión y yo y Fotografías–, Di Tella cuenta cómo y cuándo conoció a Caldini. Fue en 1976, poco después de marzo y a propósito del rodaje de un corto en el que Marta Minujin era enterrada a paladas, en bikini. Los títulos finales, rustiquísimos cartelitos hechos a mano, consignan a un Di Tella menos que veinteañero como uno de los que paleaba desde fuera de cuadro. Pero el cartel no dice “Palean”, sino “Arrojan la barbarie”. La relación entre el arte de vanguardia y la política en la Argentina de las últimas décadas es una de las líneas (línea tangente, quebrada, de trazo casi al agua, como todas las de la película) que Hachazos desarrolla.
Pero la línea maestra es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero se teme quebrar. Tomando algún mate en la quinta de Moreno donde trabaja como cuidador, Caldini cuenta que tenía un miedo pánico de quebrarse, allá en los ’70, cuando la cosa empezó a cobrar temperatura, cuerpos y vidas en Argentina. Se quebró en la India, donde había huido durante la dictadura, buscando seguramente alguna clase de salida espiritual (el documental no lo dice, pero quien va a la India no va en busca de chicas, playa o trabajo) al brete en el que se hallaban, él y el país. Caldini tuvo un brote, tuvieron que internarlo en Nueva Delhi, no sabía quién era ni cómo se llamaba. “Por qué mi nombre no soy yo”, canta Javier Martínez, pero no durante el relato de Caldini: Hachazos no redunda, asocia.
“Encima, por un error de lectura de mi DNI, los médicos me llamaban Edmondo, y yo no sabía quién era ese tipo”, recuerda Caldini. No hay película de Di Tella que no tenga humor. Aunque esta vez sean apenas hachazos sueltos: el largo, circunspecto, apenas cicatrizado Caldini no es el chistoso Torcuato Di Tella de La televisión y yo o la exuberante protagonista de Montoneros, una historia. “Cuando volví estuve mucho tiempo sin trabajo, llegué a vivir en treinta y seis lugares distintos en poco tiempos”, cuenta Caldini, cuyo exilio de sí mismo el trabajo de quintero parece haber empezado a suturar. “Porque hoy nací”, canta ahora Javier Martínez. Imposible saber con certeza hasta qué punto a Caldini le pasa lo mismo. Di Tella no lo fuerza a ninguna clase de confesión, juego de la verdad o catarsis. Hachazos no es una investigación, es un diálogo. Como parte de ese diálogo, el personaje hasta puede resistirse a hacer lo que el director le pide. Al final (no por nada la imagen de una mudanza, un viaje, un tránsito), Caldini sigue siendo un enigma.
Si los films de Di Tella suelen caracterizarse por un modo de representación que por la ausencia de asertividad podría definirse como “tentativo”, Hachazos es, posiblemente, la consumación de ese modo. Nunca se sabe bien a dónde va y uno simplemente se deja llevar por sus largos y cadenciosos planos secuencia, que parecen marcar el tiempo de una espera, un pausado ritual de (re)conocimiento. Planos llenos de aire, seguidos de otro plano que es siempre una incerteza. Más que una película, un cuerpo que respira, que piensa en voz alta. Un organismo vivo.
HACHAZOS
Argentina, 2011.
Dirección: Andrés Di Tella.
Guión: Andrés Di Tella, con colaboración de Darío Schvarstein.
Fotografía: Guillermo Ueno.
Montaje: Felipe Guerrero.
Producción: Marcelo Céspedes para Cine-Ojo.
Estreno en cines Gaumont y malba.cine.
Publicado en Página 12
Estreno Hachazos
Jueves, 11 de agosto de 2011
CINE › ANDRES DI TELLA PRESENTA SU FILM HACHAZOS, SOBRE EL LEGENDARIO CINEASTA EXPERIMENTAL CLAUDIO CALDINI
“El es como uno de esos viejos sabios de la tribu”
Fruto de un prolongado trabajo de acercamiento a su vida y su obra, que también derivó en un libro, el director de Montoneros, una historia y Fotografías se internó en la intimidad de un personaje fascinante, marcado a fuego por la década del ’70.
Por Oscar Ranzani
En 1976, con diecisiete años, Andrés Di Tella conoció al enigmático director de cine experimental Claudio Caldini. Fue de una manera que nunca más olvidaría. Su madre era amiga de Marta Minujín y la legendaria artista plástica le comentó que precisaba un joven para actuar en una performance que Caldini iba a filmar. Minujín iba a protagonizar un autoentierro. “Me acuerdo de que era invierno y ella estaba en bikini en la terraza como tomando sol y yo le tenía que tirar paladas de tierra mientras Caldini filmaba”, recuerda Di Tella acerca de este experimento que, mirado a la distancia, se puede relacionar con el clima que se vivía en aquellos años con la dictadura haciendo desaparecer cadáveres. “Yo en ese momento no tenía idea si eso estaba relacionado. Sabía perfectamente lo que estaba pasando en el país. Pero no asocié. Después, pensándolo, tiene connotaciones obvias”, confiesa Di Tella en la entrevista con Página/12. “Pero el arte, a veces, es así: tiene una especie de electricidad que está en el aire, como un pararrayos, y baja eso. No es casualidad que en esos años se enterraban cuerpos anónimos todos los días. Ahora, para nosotros la relación es obvia. En ese momento, por ahí era algo que nadie quería estar pensando”, agrega el director.
A Di Tella siempre le quedó el recuerdo de Caldini. Y cuando se aprestaba a realizar Fotografías, el documental sobre su madre (de origen hindú), decidió conocerlo más. Como Di Tella tenía intenciones de viajar a la India –que finalmente concretó para ese documental– y sabía que Caldini había estado por allí, huyendo de los horrores de la dictadura, decidió rastrearlo para conocer su experiencia. “Había tenido un shock muy grande en la India. Yo quería saber qué le había pasado. Fui a verlo y en ese momento él no me pudo contar gran cosa. Me dijo que la experiencia lo sobrepasó y hasta ahí llegó”, relata Di Tella. Tiempo después, el fotógrafo Guillermo Bueno le comentó a Di Tella que iba a comenzar un curso de cine que dictaba un tal... Caldini, y que iba a exponer películas de los años ’30 de cine experimental. “Además de todo lo que Caldini significa como cineasta, yo sentí que también era una especie de portador de una tradición medio hermética, casi ocultista del cine experimental”, explica Di Tella. “Tuve la sensación de que Caldini era como esos viejos sabios de la tribu que llevan una sabiduría especial que sólo ellos tienen. Incluso, hay una frase que dice: ‘Cuando muere un anciano en alguna aldea lejana es como si se incendiara una biblioteca’. Entonces, sentí eso con Caldini”, admite el director de Montoneros, una historia.
Como la intriga podía más, Di Tella fue a verlo nuevamente. Desde entonces, ambos comenzaron a reunirse todas las semanas a charlar y cuando Di Tella llegaba a su casa escribía todas sus impresiones en un pequeño cuaderno. Después, eso se convirtió en el boceto de un libro, que finalmente se presentó ayer. Di Tella pensaba solamente escribir un libro pero no hacer una película, porque le resultaba un tanto extraño hacer un film sobre otro cineasta. Hasta que habló con su amigo y colega Martín Rejtman, quien lo convenció de que también podía hacer un film. Y así nació Hachazos, un documental alejado totalmente de los convencionalismos, en el que Di Tella va tras los misterios de Caldini y presenta públicamente a un director secreto y olvidado, único en el medio. Sin llegar a ser una biografía, el film se compone de encuentros entre ambos, diálogos y proyecciones del material de Caldini que no hacen más que mostrar a un personaje muy enigmático, que hace cine sin recursos y, tal vez, no apto para espectadores con preconceptos. Con producción de Marcelo Céspedes para Cine-Ojo, Hachazos se estrena hoy en la cartelera porteña.
–¿La idea fue establecer un recorrido por parte de la vida de Caldini, pero no pensando en grandes acontecimientos sino más bien en aspectos cotidianos?
–Podría ser. Gracias a que había escrito el libro, no pensé en contar la vida de Caldini, porque eso estaba más contado en el libro. Es medio raro porque es una mezcla de diario, ensayo, biografía, relato. Pero cuenta la vida de Caldini. Entonces, me pareció que la película era finalmente el encuentro entre dos cineastas. Quería ver cómo filmaba él y cómo concebía el cine. Y cómo se relacionaba eso con mi propia manera de concebir el cine. Y eso está reflejado en la película.
–El film combina diálogos preparados con escenas espontáneas. ¿Por qué lo pensó de esta manera?
–Yo digo que no es exactamente un documental sobre Claudio Caldini, sino que es una película con Claudio Caldini. No en el sentido con que se habla cuando es con un actor, sino que fue hecha, de algún modo, en colaboración. Y no sólo en colaboración sino también en tensión y peleas entre dos concepciones distintas. Por ahí, yo estoy en una cosa más de la narrativa, el testimonio, la historia de vida. Y él está más en la contemplación, en la síntesis, en una especie de economía de medios. El filma solo, yo lo hago en equipo. O sea, hay muchos contrastes. Me interesaba plantearlo así. Y lo primero que hicimos fue ver cómo hizo algunas de sus películas. Y él, en vez de contarme, me decía: “Vamos a hacer una”. Hicimos intentos, algunos más logrados que otros, pero fue un punto de partida.
–¿Y cuánto de la película se construyó en el mismo momento de filmarla y cuánto de lo filmado estaba guionado?
–Todo se construyó día a día. Yo me instalaba una semana en la quinta que él cuidaba, ya que era el casero. Yo trataba de no tener un plan. Tenía ideas, porque es inevitable. Y tenía escrito una buena parte del libro. Pero no era el guión. Entonces, mi objetivo era hacer estas reconstrucciones y llegar a tener conversaciones con él a partir de sus películas. El me proyectó todas sus películas. Y después de cada proyección, nos poníamos a conversar. Al principio, era muy resistente porque es una persona bastante hermética. Costó, pero fue entrando en confianza, y también habíamos tenido todas esas reuniones para escribir el libro. Se daba esa magia que cuando terminábamos cada proyección nos poníamos a hablar en la oscuridad. Y ese clima lo dejé porque me parecía interesante. Eso también tiene que ver con el misterio de Caldini y, en el fondo, el misterio de cualquier persona. También uno se pregunta: “¿Cuánto sé de esta persona? Por un lado, sé un montón después de haber visto las películas, pero, por otro, ¿cuánto sé realmente?”.
–Recién señalaba algunos contrastes, pero, ¿con qué se identifica de la manera de hacer cine de Caldini?
–La frase “filmar como se vive, vivir como se filma”, que yo anoté en mi cuaderno y que aparece al final de la película, tiene que ver con eso. Esa idea de llevar hasta las últimas consecuencias una idea de un cine que, aparentemente, va a contrapelo. Durante muchos años, nadie quería ver las películas de Caldini. Sufrió desde la indiferencia hasta directamente agresiones por hacer el cine que hacía. Y él siguió y siguió. Cuando no lo pudo hacer durante unos años, se dedicó a otra cosa. Y ahora volvió. Hay algo de esa persistencia, de pagar el precio que sea por plasmar tu visión. Hay algo del artista romántico en él que me pega y me motiva. Y salvando las distancias, creo que yo también estoy en un camino propio. Entonces, lo tomo a él como alguien que hizo ese camino y no murió en el intento.
–¿Cree que es un artista olvidado o él prefirió el anonimato?
–Es una mezcla de las dos cosas. Fue alguien que no se preocupó por difundir su obra, pero es alguien que también fue ignorado. Como fue todo ese cine de súper 8. También es un formato muy particular que no permite copias. Entonces, prácticamente para ver las películas de Caldini, las tiene que proyectar él. Y Caldini ha hecho ahora algo con eso. Hace proyecciones múltiples. El lo llama cine en vivo, que me parece muy interesante como concepto. Está pasando en ese momento. Y Caldini y el cine de Caldini también me hacen pensar en qué momento se produce eso que llamamos cine. ¿Es cuando uno lo filma? ¿Cuando uno lo proyecta? ¿O es simplemente en la cabeza del que lo está viviendo? Y la verdad es que son películas de una belleza asombrosa. Caldini es un gran cineasta. Y me parece que hay cierta pereza o convencionalismos de la crítica de que, si no es un largometraje que se estrena los jueves, no es cine.
–En un momento, Caldini dice que cuando mejor filma es cuando no piensa. ¿Cree que esa frase lo define como un cineasta único?
–Sí. En la película, yo estoy tratando de preguntarle qué es lo que pasa por la cabeza de él mientras filma y él dice esa frase. Y yo me quedo pensando. Y puse un plano de mí callado. Y me parece que justamente es una forma de despojarse de los convencionalismos, de los preconceptos y dejar que aflore cierta relación entre el ojo, la cámara, lo que estás filmando y la improvisación. En ese sentido, Hachazos termina con mi frase: “Creo que mi próxima película va a ser diferente”. Todo el encuentro con Caldini me motivó mucho y me hizo pensar mucho en la imagen. De hecho, creo que esta película ya es diferente a las anteriores. Es decir, el trabajo con la imagen y el tiempo es distinto al de las anteriores. O sea que esa frase que yo pongo al final de Hachazos es, de algún modo, retrospectiva de esta película. Hachazos ya es diferente por el encuentro con Caldini.
–¿El de Caldini es un cine en estado puro?
–En algún sentido, sí. Creo que mi cine, en ese sentido, es lo contrario: es híbrido, totalmente mezclado con la literatura, la investigación, hasta la historia. Siempre me interesa cómo un destino individual se cruza con la historia, lo personal con lo político. Pasa eso en Montoneros, una historia, Fotografías, incluso en ésta porque Caldini también está cruzado por la historia: por la dictadura, los años ’70. El no fue un militante, pero su vida fue muy afectada por la dictadura. Casi se podría decir que su personalidad entró en estallido por la opresión que se vivía en esos años y la necesidad de escapar e irse a cualquier lado en busca también de una utopía, porque los años ’70 no eran sólo la idea de la militancia política sino que estaban pasando muchas cosas en la Argentina. Y creo que tiene que ver con la búsqueda de la utopía espiritual, la liberación, modos de vida alternativos. Entonces, me parece que Caldini es eso. Pero cuando Caldini hace cine no está pensando en todas esas cosas. Yo creo que igual sus películas reflejan la época. Y si de cada una de ellas, uno sabe en qué momento la filmó y cuál era su circunstancia, son autobiográficas. Y eso es un poco lo que explicito más en el libro que en la película.
–¿Por qué cree que la obra es la vida del artista?
–No es que crea eso, sino que me parece que en ciertos artistas, su vida también es como una obra. Para mí, el caso de Caldini es ejemplar. Y me parece que, en el fondo, la película trata de eso: cómo una persona que no transa con nada ni nadie se queda sola en buena medida, pero logra hacer lo que se propone, cueste lo que cueste. Y creo que Caldini pagó un precio alto. Hasta perder la razón por enfrentarse con la indiferencia y la hostilidad y seguir haciendo su cine. Nunca intentó hacer otra cosa. En parte, Hachazos es un documental porque Caldini es real pero, a la vez, la película es como una leyenda. Y lo que propone al espectador es entrar en un viaje, compartir esa especie de parábola del artista que no concede nada y sigue con su visión hasta las últimas consecuencias.
–¿Y cómo influyó la vida errante de Caldini en su obra?
–Yo creo que todas sus películas tratan sobre lo efímero, sobre las cosas que se nos escapan de las manos. Por ejemplo, una de las últimas que hizo y que muestra al final de Hachazos se llama Lux Taal. En realidad, son dos palabras que él encontró en chapas de autos. Y después le agregó una “a” a “Tal”, porque pensó que “Lux” es “luz” (en latín), y “Taal” es “ritmo” en sánscrito. Todo esto por ver las patentes de los autos. Esos dos elementos hablan mucho de la mente de Caldini. Es un corto que lo hizo con tres rollitos en el formato Single Eight, que es como el súper 8, pero un poco diferente. Cada rollo dura tres minutos. Y durante varios años, filmó con esos rollos de una forma muy económica. Y condensó en esa película seis años de su vida y su relación con la naturaleza. Es impresionante. Y son fotogramas que se escapan, que son casi imperceptibles y de una belleza conmovedora.
Publicado en Página 12
CINE › ANDRES DI TELLA PRESENTA SU FILM HACHAZOS, SOBRE EL LEGENDARIO CINEASTA EXPERIMENTAL CLAUDIO CALDINI
“El es como uno de esos viejos sabios de la tribu”
Fruto de un prolongado trabajo de acercamiento a su vida y su obra, que también derivó en un libro, el director de Montoneros, una historia y Fotografías se internó en la intimidad de un personaje fascinante, marcado a fuego por la década del ’70.
Por Oscar Ranzani
En 1976, con diecisiete años, Andrés Di Tella conoció al enigmático director de cine experimental Claudio Caldini. Fue de una manera que nunca más olvidaría. Su madre era amiga de Marta Minujín y la legendaria artista plástica le comentó que precisaba un joven para actuar en una performance que Caldini iba a filmar. Minujín iba a protagonizar un autoentierro. “Me acuerdo de que era invierno y ella estaba en bikini en la terraza como tomando sol y yo le tenía que tirar paladas de tierra mientras Caldini filmaba”, recuerda Di Tella acerca de este experimento que, mirado a la distancia, se puede relacionar con el clima que se vivía en aquellos años con la dictadura haciendo desaparecer cadáveres. “Yo en ese momento no tenía idea si eso estaba relacionado. Sabía perfectamente lo que estaba pasando en el país. Pero no asocié. Después, pensándolo, tiene connotaciones obvias”, confiesa Di Tella en la entrevista con Página/12. “Pero el arte, a veces, es así: tiene una especie de electricidad que está en el aire, como un pararrayos, y baja eso. No es casualidad que en esos años se enterraban cuerpos anónimos todos los días. Ahora, para nosotros la relación es obvia. En ese momento, por ahí era algo que nadie quería estar pensando”, agrega el director.
A Di Tella siempre le quedó el recuerdo de Caldini. Y cuando se aprestaba a realizar Fotografías, el documental sobre su madre (de origen hindú), decidió conocerlo más. Como Di Tella tenía intenciones de viajar a la India –que finalmente concretó para ese documental– y sabía que Caldini había estado por allí, huyendo de los horrores de la dictadura, decidió rastrearlo para conocer su experiencia. “Había tenido un shock muy grande en la India. Yo quería saber qué le había pasado. Fui a verlo y en ese momento él no me pudo contar gran cosa. Me dijo que la experiencia lo sobrepasó y hasta ahí llegó”, relata Di Tella. Tiempo después, el fotógrafo Guillermo Bueno le comentó a Di Tella que iba a comenzar un curso de cine que dictaba un tal... Caldini, y que iba a exponer películas de los años ’30 de cine experimental. “Además de todo lo que Caldini significa como cineasta, yo sentí que también era una especie de portador de una tradición medio hermética, casi ocultista del cine experimental”, explica Di Tella. “Tuve la sensación de que Caldini era como esos viejos sabios de la tribu que llevan una sabiduría especial que sólo ellos tienen. Incluso, hay una frase que dice: ‘Cuando muere un anciano en alguna aldea lejana es como si se incendiara una biblioteca’. Entonces, sentí eso con Caldini”, admite el director de Montoneros, una historia.
Como la intriga podía más, Di Tella fue a verlo nuevamente. Desde entonces, ambos comenzaron a reunirse todas las semanas a charlar y cuando Di Tella llegaba a su casa escribía todas sus impresiones en un pequeño cuaderno. Después, eso se convirtió en el boceto de un libro, que finalmente se presentó ayer. Di Tella pensaba solamente escribir un libro pero no hacer una película, porque le resultaba un tanto extraño hacer un film sobre otro cineasta. Hasta que habló con su amigo y colega Martín Rejtman, quien lo convenció de que también podía hacer un film. Y así nació Hachazos, un documental alejado totalmente de los convencionalismos, en el que Di Tella va tras los misterios de Caldini y presenta públicamente a un director secreto y olvidado, único en el medio. Sin llegar a ser una biografía, el film se compone de encuentros entre ambos, diálogos y proyecciones del material de Caldini que no hacen más que mostrar a un personaje muy enigmático, que hace cine sin recursos y, tal vez, no apto para espectadores con preconceptos. Con producción de Marcelo Céspedes para Cine-Ojo, Hachazos se estrena hoy en la cartelera porteña.
–¿La idea fue establecer un recorrido por parte de la vida de Caldini, pero no pensando en grandes acontecimientos sino más bien en aspectos cotidianos?
–Podría ser. Gracias a que había escrito el libro, no pensé en contar la vida de Caldini, porque eso estaba más contado en el libro. Es medio raro porque es una mezcla de diario, ensayo, biografía, relato. Pero cuenta la vida de Caldini. Entonces, me pareció que la película era finalmente el encuentro entre dos cineastas. Quería ver cómo filmaba él y cómo concebía el cine. Y cómo se relacionaba eso con mi propia manera de concebir el cine. Y eso está reflejado en la película.
–El film combina diálogos preparados con escenas espontáneas. ¿Por qué lo pensó de esta manera?
–Yo digo que no es exactamente un documental sobre Claudio Caldini, sino que es una película con Claudio Caldini. No en el sentido con que se habla cuando es con un actor, sino que fue hecha, de algún modo, en colaboración. Y no sólo en colaboración sino también en tensión y peleas entre dos concepciones distintas. Por ahí, yo estoy en una cosa más de la narrativa, el testimonio, la historia de vida. Y él está más en la contemplación, en la síntesis, en una especie de economía de medios. El filma solo, yo lo hago en equipo. O sea, hay muchos contrastes. Me interesaba plantearlo así. Y lo primero que hicimos fue ver cómo hizo algunas de sus películas. Y él, en vez de contarme, me decía: “Vamos a hacer una”. Hicimos intentos, algunos más logrados que otros, pero fue un punto de partida.
–¿Y cuánto de la película se construyó en el mismo momento de filmarla y cuánto de lo filmado estaba guionado?
–Todo se construyó día a día. Yo me instalaba una semana en la quinta que él cuidaba, ya que era el casero. Yo trataba de no tener un plan. Tenía ideas, porque es inevitable. Y tenía escrito una buena parte del libro. Pero no era el guión. Entonces, mi objetivo era hacer estas reconstrucciones y llegar a tener conversaciones con él a partir de sus películas. El me proyectó todas sus películas. Y después de cada proyección, nos poníamos a conversar. Al principio, era muy resistente porque es una persona bastante hermética. Costó, pero fue entrando en confianza, y también habíamos tenido todas esas reuniones para escribir el libro. Se daba esa magia que cuando terminábamos cada proyección nos poníamos a hablar en la oscuridad. Y ese clima lo dejé porque me parecía interesante. Eso también tiene que ver con el misterio de Caldini y, en el fondo, el misterio de cualquier persona. También uno se pregunta: “¿Cuánto sé de esta persona? Por un lado, sé un montón después de haber visto las películas, pero, por otro, ¿cuánto sé realmente?”.
–Recién señalaba algunos contrastes, pero, ¿con qué se identifica de la manera de hacer cine de Caldini?
–La frase “filmar como se vive, vivir como se filma”, que yo anoté en mi cuaderno y que aparece al final de la película, tiene que ver con eso. Esa idea de llevar hasta las últimas consecuencias una idea de un cine que, aparentemente, va a contrapelo. Durante muchos años, nadie quería ver las películas de Caldini. Sufrió desde la indiferencia hasta directamente agresiones por hacer el cine que hacía. Y él siguió y siguió. Cuando no lo pudo hacer durante unos años, se dedicó a otra cosa. Y ahora volvió. Hay algo de esa persistencia, de pagar el precio que sea por plasmar tu visión. Hay algo del artista romántico en él que me pega y me motiva. Y salvando las distancias, creo que yo también estoy en un camino propio. Entonces, lo tomo a él como alguien que hizo ese camino y no murió en el intento.
–¿Cree que es un artista olvidado o él prefirió el anonimato?
–Es una mezcla de las dos cosas. Fue alguien que no se preocupó por difundir su obra, pero es alguien que también fue ignorado. Como fue todo ese cine de súper 8. También es un formato muy particular que no permite copias. Entonces, prácticamente para ver las películas de Caldini, las tiene que proyectar él. Y Caldini ha hecho ahora algo con eso. Hace proyecciones múltiples. El lo llama cine en vivo, que me parece muy interesante como concepto. Está pasando en ese momento. Y Caldini y el cine de Caldini también me hacen pensar en qué momento se produce eso que llamamos cine. ¿Es cuando uno lo filma? ¿Cuando uno lo proyecta? ¿O es simplemente en la cabeza del que lo está viviendo? Y la verdad es que son películas de una belleza asombrosa. Caldini es un gran cineasta. Y me parece que hay cierta pereza o convencionalismos de la crítica de que, si no es un largometraje que se estrena los jueves, no es cine.
–En un momento, Caldini dice que cuando mejor filma es cuando no piensa. ¿Cree que esa frase lo define como un cineasta único?
–Sí. En la película, yo estoy tratando de preguntarle qué es lo que pasa por la cabeza de él mientras filma y él dice esa frase. Y yo me quedo pensando. Y puse un plano de mí callado. Y me parece que justamente es una forma de despojarse de los convencionalismos, de los preconceptos y dejar que aflore cierta relación entre el ojo, la cámara, lo que estás filmando y la improvisación. En ese sentido, Hachazos termina con mi frase: “Creo que mi próxima película va a ser diferente”. Todo el encuentro con Caldini me motivó mucho y me hizo pensar mucho en la imagen. De hecho, creo que esta película ya es diferente a las anteriores. Es decir, el trabajo con la imagen y el tiempo es distinto al de las anteriores. O sea que esa frase que yo pongo al final de Hachazos es, de algún modo, retrospectiva de esta película. Hachazos ya es diferente por el encuentro con Caldini.
–¿El de Caldini es un cine en estado puro?
–En algún sentido, sí. Creo que mi cine, en ese sentido, es lo contrario: es híbrido, totalmente mezclado con la literatura, la investigación, hasta la historia. Siempre me interesa cómo un destino individual se cruza con la historia, lo personal con lo político. Pasa eso en Montoneros, una historia, Fotografías, incluso en ésta porque Caldini también está cruzado por la historia: por la dictadura, los años ’70. El no fue un militante, pero su vida fue muy afectada por la dictadura. Casi se podría decir que su personalidad entró en estallido por la opresión que se vivía en esos años y la necesidad de escapar e irse a cualquier lado en busca también de una utopía, porque los años ’70 no eran sólo la idea de la militancia política sino que estaban pasando muchas cosas en la Argentina. Y creo que tiene que ver con la búsqueda de la utopía espiritual, la liberación, modos de vida alternativos. Entonces, me parece que Caldini es eso. Pero cuando Caldini hace cine no está pensando en todas esas cosas. Yo creo que igual sus películas reflejan la época. Y si de cada una de ellas, uno sabe en qué momento la filmó y cuál era su circunstancia, son autobiográficas. Y eso es un poco lo que explicito más en el libro que en la película.
–¿Por qué cree que la obra es la vida del artista?
–No es que crea eso, sino que me parece que en ciertos artistas, su vida también es como una obra. Para mí, el caso de Caldini es ejemplar. Y me parece que, en el fondo, la película trata de eso: cómo una persona que no transa con nada ni nadie se queda sola en buena medida, pero logra hacer lo que se propone, cueste lo que cueste. Y creo que Caldini pagó un precio alto. Hasta perder la razón por enfrentarse con la indiferencia y la hostilidad y seguir haciendo su cine. Nunca intentó hacer otra cosa. En parte, Hachazos es un documental porque Caldini es real pero, a la vez, la película es como una leyenda. Y lo que propone al espectador es entrar en un viaje, compartir esa especie de parábola del artista que no concede nada y sigue con su visión hasta las últimas consecuencias.
–¿Y cómo influyó la vida errante de Caldini en su obra?
–Yo creo que todas sus películas tratan sobre lo efímero, sobre las cosas que se nos escapan de las manos. Por ejemplo, una de las últimas que hizo y que muestra al final de Hachazos se llama Lux Taal. En realidad, son dos palabras que él encontró en chapas de autos. Y después le agregó una “a” a “Tal”, porque pensó que “Lux” es “luz” (en latín), y “Taal” es “ritmo” en sánscrito. Todo esto por ver las patentes de los autos. Esos dos elementos hablan mucho de la mente de Caldini. Es un corto que lo hizo con tres rollitos en el formato Single Eight, que es como el súper 8, pero un poco diferente. Cada rollo dura tres minutos. Y durante varios años, filmó con esos rollos de una forma muy económica. Y condensó en esa película seis años de su vida y su relación con la naturaleza. Es impresionante. Y son fotogramas que se escapan, que son casi imperceptibles y de una belleza conmovedora.
Publicado en Página 12
jueves, 4 de agosto de 2011
lunes, 1 de agosto de 2011
CINE OJO presenta
HACHAZOS
una película de Andrés Di Tella
producida por Marcelo Céspedes
Exclusiva Avant Premiere
Domingo 7 de agosto – 18hs.
MALBA CINE (Av. Figueroa Alcorta 3415)
SINOPSIS
Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el conurbano bonaerense. Son los originales únicos de sus películas, todas en super-8, un formato obsoleto, en vías de extinción, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía. Se trata de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios, cineasta secreto.
Ficha técnica
Producción: MC Producciones
Guión y dirección: Andrés Di Tella
Producción Ejecutiva: Marcelo Céspedes
Imagen: Guillermo Ueno
Montaje: Felipe Guerrero
Asistente de dirección y colaboración en el guión: Darío Schvarzstein
Sonido directo: Pablo Demarco
Diseño de Sonido: Gino Gelsi y Jorge Gentile
Directora de Producción: Paola Pernicone
Producido con apoyo del INCAA
Duración: 80 min.
Argentina – 2011
HACHAZOS
una película de Andrés Di Tella
producida por Marcelo Céspedes
Exclusiva Avant Premiere
Domingo 7 de agosto – 18hs.
MALBA CINE (Av. Figueroa Alcorta 3415)
SINOPSIS
Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el conurbano bonaerense. Son los originales únicos de sus películas, todas en super-8, un formato obsoleto, en vías de extinción, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía. Se trata de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios, cineasta secreto.
Ficha técnica
Producción: MC Producciones
Guión y dirección: Andrés Di Tella
Producción Ejecutiva: Marcelo Céspedes
Imagen: Guillermo Ueno
Montaje: Felipe Guerrero
Asistente de dirección y colaboración en el guión: Darío Schvarzstein
Sonido directo: Pablo Demarco
Diseño de Sonido: Gino Gelsi y Jorge Gentile
Directora de Producción: Paola Pernicone
Producido con apoyo del INCAA
Duración: 80 min.
Argentina – 2011
sábado, 23 de julio de 2011
viernes, 10 de junio de 2011
domingo, 29 de mayo de 2011
54. Oberhausen Kurzfilmtage 2008
54 Oberhausen Kurzfilmtage
54th International Short Film Festival Oberhausen with a pocket super 8 camera.
Film makers: Jean Philipe Polo (France), Kawamura Yuki (Japan), Ricardo Alves jr. (Brasil), Enrique Radigales (Spain), Emelie Carlsson Gras (Sweden), Anocha Suwichakornpong (Thailand), Shyamal & Sanghamitra Karmakar (India), Dr. Lars Henrik Gass (Festival Director, Germany), Cristophe Bichon, Emmanuel Lefrant (France), Leonardo Cadaval (Brasil), Cecilia Traslaviña (Colombia). Some of them Award winners!
Back in Buenos Aires, Argentina: Victoria Sayago, Pablo Marín, Sergio Subero and my cat Chou.
Hachazos en La Plata
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